Entrevista a Eric Jiménez, batería de Lagartija Nick y Los Planetas"La ventaja de no triunfar es seguir siendo libre"
Lagartija Nick celebra 35 años de carrera con el disco Eternamente en vivo y con una gira donde repasa su osada, insobornable y fértil trayectoria.

Madrid--Actualizado a
Lagartija Nick quizás sea la mejor banda menos reivindicada del rock español. Desde que Antonio Arias (voz y bajo) dejó 091 para fundarla a comienzos de los noventa, el grupo granadino ha transitado por el rock visionario y ruidista, apeándose a lo largo de su carrera en andenes metaleros, experimentales y flamencos, pues sin ellos no existiría el revolucionario Omega. Sus primeros discos resisten con nobleza el paso del tiempo y los últimos son un ejemplo de maestría, por ello no extraña que se atreviesen a musicar los versos de Luis Buñuel en El perro andaluz, como tiempo atrás rescataron la figura de Val del Omar en un álbum homónimo.
Treinta y cinco años después, JJ Machuca (teclados) acompaña a la formación original, compuesta por Juan Codorníu (guitarra), Eric Jiménez (batería) y el propio Antonio Arias, en los conciertos de su primer disco en directo, Eternamente en vivo (Montgrí), cuya gira comienza el 9 de octubre en Pamplona y termina el 24 de enero en Málaga. Un merecido autohomenaje que se suma a sus quince elepés, aunque la perspectiva histórica los ha llevado a recuperar sus himnos de fin de siglo y a escoger con mimo la producción reciente, donde permanece indeleble la huella de Lorca y el aliento de Jesús Arias, motor y hermano.
Eric Jiménez (Granada, 1967) desgrana a continuación la historia de Lagartija Nick, incluidos sus garbeos por el lado más salvaje, las farras con Enrique Morente, la disparatada grabación del Omega, su abrupta salida de la banda para unirse a Los Planetas —aunque regresaría en 2004 con Lo imprevisto, para compaginar ambos grupos—, la influencia en el fértil vivero musical de su ciudad, su relación con Antonio y con Jota, el hecho diferencial de Lagartija y, por qué no, también otras cuestiones más personales, desde la inspiradora Semana Santa granadina y su peregrina relación con la Falange hasta su consideración como el mejor batería de España o lo que siente cuando se mira al espejo.
Estamos cerca del hotel Plaza España. Lagartija Nick: de dormir en una furgoneta en el parking a hacerlo en una de sus habitaciones, como pronosticó en su día.
Y qué frío hacía en el aparcamiento de la plaza… Antonio Arias y yo llegamos a Madrid con la maqueta debajo del brazo y, mientras llamaba por teléfono en el edificio de Telefónica, se la robaron. Entonces Antonio salió corriendo, trincó al tío y la recuperó.
¿Qué pensaría el chorizo que había en aquella caja? Porque, en aquel momento, dentro podía contener de todo...
De todo, está claro [risas].
Se metió a batería por la Semana Santa y la Falange. ¿También influyó estar situado en el escenario detrás de la banda, en un segundo plano?
No. Yo me metí por la Semana Santa, pero no sabía que los señores que me dieron un tambor eran de la Falange, obviamente. Antes tocaba la guitarra en un coro de iglesia, aunque luego elegí la batería porque soy bastante vago y tenía mucha facilidad para tocarla. Admiro a esos ratones de biblioteca que se tiran ahora estudiando jazz y movidas de esas, sin embargo yo no tendría paciencia para estudiar ni siquiera la batería.
Curiosamente, ha terminado dando clases en la Fundación CajaGranada. Me imagino que estimulará a los chavales para que disfruten aprendiendo.
Claro, en mis clases procuro que no odien el instrumento y, sobre todo, lo que les enseño es actitud. Lo importante no es el virtuosismo, sino ejecutar de una manera en la que te encuentres cómodo. O sea, que puedas transmitir sin tener mucha técnica.
Usted de actitud va sobrado, aunque es un tímido ¿exaltado o que se exalta?
Siempre me han impactado las baterías contundentes. Luego, con el paso del tiempo, adquieres técnica y aprendes a contenerte y a sacar provecho al instrumento. En cambio, siempre me han gustado los baterías que no eran [técnicamente] buenos, como Budgie (Siouxsie And The Banshees) o Paul Ferguson (Killing Joke), lo más parecido a una tribu africana tocando los tambores.
Lo de la Falange, para que se entienda bien, puede matizarlo…
Yo vivía en una calle muy aburrida donde no pasaba absolutamente nada. Un Viernes Santo vi la procesión de la Virgen de la Soledad, escuché el sonido de los tambores y me impactó muchísimo. Era algo muy místico, tétrico, como una performance de Els Joglars con señoras vestidos de negro y unos muñecos ahí llorando. Aquellos penitentes eran lo más parecido al Ku Klux Klan.
Quería tocar como ellos y que me dieran un tambor. Lo que pasa es que la banda de cornetas y tambores que acompañaba a la virgen pertenecía a la Organización Juvenil Española (OJE). Entonces tenía diez años y no sabía que eran de los que mataron a Lorca. Una Semana Santa, mi hermano, que militaba en la Joven Guardia Roja de España, le dijo a mi madre: "Ahí tienes al niño haciendo el ridículo con una pila de fascistas por la Gran Vía".
Años después, se inspiraría en el ritmo de la procesión del Silencio para tocar la batería en el Omega (1996).
Yo no veo la Semana Santa desde el punto de vista de los cofrades, sino como una obra de teatro maravillosa, que de niño me transmitía una sensación especial: la saeta, la campana de la Vela, el incienso… Vamos, la Semana Santa acojona mucho más que Halloween. Y otro que flipaba con ella era Morente, con quien vi un montón de procesiones y nunca fuimos a misa.
"Las cosas, si no se destrozan, ya están hechas, y si ya están hechas, muchas veces son convencionales", comenta usted respecto al Omega en su libro Cuatro millones de golpes.
Eso también lo aplico a la batería y se lo transmito a mis alumnos, a quienes les digo: "Escucha el bajo, mide, pégate a él, luego despégate y habla". Si un batería solo marca, es un metrónomo. Lo importante es dialogar con los otros instrumentos.
Pegarse a Morente era un placer, pero musicalmente resultaba complicado, porque el compás del rock es un cuatro por cuatro y el del flamenco, un tres por cuatro, patrón al que usted no estaba acostumbrado.
Cuando grabé el Omega no tenía idea del flamenco ni de nada. Y menos con Enrique, que era totalmente anárquico. De hecho, la valentía de Morente es que empieza a irse con la voz y no sabes cuándo va a caer. Esas situaciones de riesgo, si salen bien, son alucinantes.
Y usted aprende precisamente eso: a irse al cielo para luego volver. O sea, que una voz influyó más en su batería que sus colegas de instrumento.
Claro, porque Morente rompía la métrica. Cuando tocaba con él, interpretando el Omega o en un tablao, no había ritmo y él cantaba libre, por lo que mi única manera de poder acompañarlo era contestándole y rematándolo, pero sin ningún tipo de compás.
Un aprendizaje que pondría luego en práctica con el Niño de Elche. Por cierto, usted dejó Lagartija Nick antes de la publicación del Omega, un momento muy poco oportuno, ya que el grupo no solo tuvo que buscar un batería con pegada, sino uno que basculase entre el punk y el flamenco para poder tocar el disco en directo.
Sí, aunque para Lagartija sería incluso más jodido si yo me hubiera quedado, porque nos habríamos matado. Mejor buscar un nuevo batería que acabar muy mal.
En su primer libro afirma que Lagartija Nick es "la banda con el directo más potente que hay en España a nivel de rock and roll cañero". Si a eso sumamos letra, melodía, audacia y experimentación, el resultado es una maravilla. ¿Por qué no ha tenido mayor éxito? ¿No cree que debería de ser uno de los grupos más reivindicados?
Te voy a decir por qué no han tenido éxito: cuando nace Lagartija Nick, en 1991, hace una música muy potente con letras demasiado intelectuales. La gente a la que le gustan las letras no está acostumbrada a que vayan acompañadas de una música tan cañera. Y la gente a la que le gusta la caña no está acostumbrado a esas letras, porque prefiere el rollo de barrio. Entonces, estábamos en tierra de nadie. Además, ha sido un grupo que no ha parado de moverse ni de cambiar continuamente. Yo creo que ese es su valor.
De hecho, ese factor engrandece a los Lagartija: ponerse palos, aparentemente, en sus propias ruedas. Tras los discos Hipnosis (1991), Inercia (1992) y Su (1995), del pozo metalero —que usted aborrecía— a la ruptura con los roqueros en Omega, al rescate de Val del Omar (1997) o a un Lo imprevisto más luminoso, que allanaría el terreno al pop de El shock de Leia. Vamos, al revés del mundo.
Esas son las ventajas de no triunfar. Porque en el momento que triunfas ya estás pensando en mantener ese estatus, pero no eres libre.
Como decía Morente: "Es muy importante escuchar a la gente para hacer lo contrario". Habrá quien valore la trayectoria y la obra de Lagartija como un logro.
Sí, ha sido un triunfo artístico, porque poca gente triunfa comercial y artísticamente.
Y Antonio es mucho Antonio.
Antonio es un romántico. Se ilusiona con algo y no piensa si puede gustar o no. Él se emociona y va adelante. Algo sorprendente, porque muy poca gente compone para sí misma, pues la mayoría lo hace pensando en el público. Sin embargo, si él tuviera en mente al público no compondría —en solitario— un Multiverso. Es un creador que investiga, cree en ello y lo materializa.
O toca el guembri en Mawlid, su nuevo proyecto con Ramón Fandila, que presentó en el ciclo Nuevos Territorios que la Fundación SGAE le dedicó a Lagartija Nick en la Sala Berlanga.
Ahora está explorando la unión entre el flamenco y la cultura árabe del norte de África. No para.
Antes hablábamos del éxito, o de lo que podría entenderse por triunfar. Así, otro de sus valores ha sido la influencia y el padrinazgo. En Viaje al centro de mi cerebro comenta que Lagartija ha sido "uno de los grupos con más trampolín que ha tenido España" y que se ha convertido "en el amuleto de algunas bandas jóvenes". Sin duda, los grupos históricos de Granada han sido más tíos, hermanos o primos que rivales.
Quien telonea Lagartija Nick triunfa [risas]. En Granada no hay rivalidad, sino respeto. Y si un chaval se pica es por inexperiencia, como también nos pasaba a nosotros con quince años.
Digamos que en Granada no se ha matado al padre, y me remonto a Miguel Ríos o a Los Ángeles.
No, claro. Incluso cuando tienes una edad, ves a grupos más jóvenes y te impregnas de cosas, porque ese respeto lo has visto desde pequeño.
Cuando Los Planetas publicaron Super 8, les cayeron palos, en su ciudad, aunque usted pensó: "Si tenían malas críticas en Granada, seguramente serían muy buenas en el resto de España". ¿Eso es muy granadino o generalizable a cualquier localidad?
Es general. Muy granadino, pero también muy madrileño. Yo he tenido la suerte de estar en los dos grupos que considero más honestos consigo mismos y radicales a la vez. Y, pese a que influye mucho la cultura musical de cada uno, cuando te sales un poco de los cánones eres una diana para la gente. El caso es que, en el 30º aniversario de Super 8, Los Planetas llenaron la plaza de toros de Granada.
Reivindicando a los muertos y enterrando a los vivos.
Después de matarlos [risas].
Ha estado en mil proyectos más, entre los que destaca Los Evangelistas, que usted define como "algo místico y siniestro a partes". La banda formada por miembros de Lagartija Nick y Los Planetas que impulsó a Soleá Morente a cantar.
Fue un homenaje a Enrique, porque los flamencos saben qué es una seguiriya o una soleá, pero no tenían ni puta idea de las canciones que cantaba. Por eso decidimos recuperar algunos cantes suyos maravillosos y, de paso, dar a conocer su figura a otra gente a la que le resulta más fácil llegar a Morente a través de nuestro sonido. Los Evangelistas es una misa sónica.
¿Cuál es el disco de Lagartija más especial para ti?
Inercia es emblemático por su pedazo de sonido y porque se adelantó a su época. Sin embargo, reconozco que me sorprende El perro andaluz (2022), nuestro disco de homenaje a Buñuel. Me encanta porque no tiene nada que ver con lo que habíamos hecho anteriormente. Y también me gusta mucho Los cielos cabizbajos (2019), un álbum muy sobrio.
Defiende la independencia de Lagartija Nick y el pasotismo o desdén de Los Planetas hacia la industria.
Pese a estar en una multinacional, Los Planetas son el grupo más independiente que he conocido, porque no se han sometido a nada, han hecho siempre lo que les dio la gana y son un ejemplo a seguir, pues tienen muy claro lo que no quieren hacer.
Segundo premio, la película: le gusta esa Granada, pero no esos Planetas.
La ambientación de la Granada de la época está muy conseguida, aunque no la visión de Los Planetas. No nos vemos reflejados. En el fondo, es una película.
¿Quizás mejor el documental Generación Lagartija, donde se explora su relación con las vanguardias? ¿Tal vez prefiere La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric, también dirigido por César Martínez Herrada? No sé cómo encajó protagonizar un filme…
Yo no puedo verme. O sea, me odio cuando me veo. No puedo verme en la tele ni en una foto.
¿Y en el espejo?
Tampoco. Soy bastante exigente conmigo mismo y nunca me gustó.
En cambio, con los años ha conseguido apuntalar su personalidad y tratar de superar sus inseguridades, su falta de autoestima, sus traumas…
Sí, bueno, eso lo he conseguido gracias a la aceptación del público. Pero yo me veo en una pantalla y no me mola nada, ni siquiera tocando.
¿Y le gustó el documental Generación Lagartija, que ha sido exhibido en festivales y en el ciclo Nuevos Territorios en la Sala Berlanga?
Está muy bien. Al igual que Cuatro millones de golpes (Plaza & Janés) ayudó a mucha gente que no leía a leer un libro, precisamente porque no soy escritor y la biografía resulta muy amena, a través del rock estamos proporcionando una información cultural a mucha gente que por sí sola no hubiera llegado a Val del Omar, por ejemplo.
Siempre ha dicho que a usted no lo ha salvado la música y que se lo debe todo al público. ¿En qué se diferencian los fans de Lagartija Nick y de Los Planetas?
Bueno, con el tiempo cada vez se parecen más. Los Planetas tuvieron un gran impacto generacional, porque llegaron a muchísima gente al hablar de drogas, de ruptura y de otros temas de los que nadie hablaba. En cambio, Lagartija Nick, más que un grupo generacional, es un lagarto mutando continuamente.
El primer disco en directo de Lagartija llega 35 años después de su nacimiento. Eso habla muy bien del grupo, un torrente creativo, lleno de afluentes y meandros, muy dado al trasvase.
Hacer un directo es muy peligroso y casi todos los que he escuchado son una mentira. Esto es un directo de verdad, sin ningún tipo de retoque. Nos los tomamos muy en serio y, cuando durante la anterior gira nos dio por grabarlos, vimos que tenían una gran solidez. Entonces decidimos que era el momento de publicar Eternamente en vivo.
Confiese: ¿le gusta más tocar con Lagartija o con Los Planetas?
Me flipa tocar con ambos. De Lagartija Nick me encantan las velocidades, pero Los Planetas me han enseñado a desarrollar los medios tiempos y a abrir mi mente a la psicodelia, porque antes no escuchaba música que fuera a una velocidad inferior a 125 BPM.
¿Es más difícil trabajar con Antonio Arias o con Jota?
Ahora es muy fácil trabajar con cualquiera de los dos. Hace muchos años, podía ser difícil hacerlo con ambos, porque tienen otra forma de ser y están más zumbados. Sin embargo, ahora los conozco tanto que para mí resulta sencillo trabajar con ellos, porque sé lo que quieren y hasta dónde se puede llegar.
En realidad cree que todo el mundo está zumbado, lo que me recuerda a aquella anécdota con Morente. En un pub granadino, suena Sacromonte a las cinco de la madrugada y usted empieza a hacer unas percusiones con unos vasos subido a la barra, hasta que los rompe y sus manos empiezan a sangrar. Enrique le dice "estás pasao de vueltas" y usted le pregunta si eso es algo bueno o malo. Y, claro, le responde que era muy bueno.
Yo he tenido mucha suerte de poder trabajar con Jota y con Antonio, porque he aprendido muchísimo. Ahora bien, si le preguntas a ellos con quién es más fácil trabajar, con el teclista o conmigo, seguro que responden que con el teclista, porque yo también he tenido mis cosas y mis locuras. Lo importante es que, después de tantos años, llegas a un conocimiento y a un respeto hacia ambos. Es maravilloso sentir eso ahora.
¿Una cierta dosis de locura es parte inherente del artista o no deja de ser un tópico?
Es fundamental, porque si no solo eres un intérprete de la música. Pero fundamental de manera natural. Realmente, en cualquier disciplina artística, la locura viene por tu afán de perfección y por tu manera de hacer las cosas. Cuando una banda no ha discutido ni se ha peleado mucho, es un grupo de músicos, no de creadores.
¿No cree que el público a veces tiene una idea prefijada y errónea sobre el consumo de sustancias cuando, en muchas ocasiones, los grupos tocan perfectamente sobrios? De hecho, usted no salía drogado ni borracho al escenario, sino que a veces se pillaba un pelotazo 24 horas antes del concierto para tocar más "calmado". O, en palabras de Antonio Arias, como un "toro apuntillao".
Bueno, no era una norma fija. Hay épocas en los grupos donde, cuando estamos más tóxicos, hay un aura. No obstante, debe haber ciertos límites, como que todo suene bien. Por ejemplo, tú veías a Primal Scream hace unos años en el Festival de Benicàssim, cuando iban hasta el culo de droga, y eran la hostia. En cambio, si los ves ahora, parecen una orquesta de pueblo.
Absténgase entonces de ver ahora a The Lemonheads.
Sí, hombre, conozco a Evan Dando… [risas] En el concierto de Granada también lo pusieron a parir. Eso ya no tiene ni pies ni cabeza.
Lagartija casi vuelve a trabajar con Enrique en el documental Morente sueña la Alhambra, inspirado en su disco homónimo. ¿Usted con qué sueña, aunque me imagino que muchas noches habrán sido pesadilla?
Claro. Una de las pesadillas que más se repiten es que estoy tocando en un escenario con muchísima gente y alguien me agarra los brazos por detrás [se echa hacia delante y hace el gesto de que no puede tocar la batería].
¿Y con qué sueña?
No tengo sueños bonitos, solo tengo pesadillas.
Me refiero a un sueño en la vida, algo que le falte por hacer.
Me encantaría actuar. En teatro, en cine o en televisión.
Llegó a romper cinco pares de baquetas en un concierto, por lo que usó hasta seis. ¿Estilo Eric? ¿Cree que es el mejor batería de España?
Ni de coña, vamos.
Pero ha sido reconocido muchos años como tal.
Eso no tiene ninguna validez. Yo no puedo decir que Billy Cobham es mejor que Stewart Copeland. Es más, si sentases a Billy Cobham en la batería de The Police, seguro que sería una mierda. Todo eso del mejor o el peor quizás nace de las votaciones de Disco grande [el programa de Julio Ruiz en Radio 3] y de ese tipo de movidas. Para tocar como algún batería que veo por ahí, yo tendría que nacer dos veces.
Llegó a tocar algunos conciertos con TNT. De Jesús Arias está todo dicho, pero todo es poco. ¿Qué podría añadir?
Jesús es maravilloso. Era una cabeza que no descansaba. O sea, me llamaba a las seis de la mañana y me contaba una idea, porque para él no existía la hora. Todo lo que decía parecía una locura, aunque es curioso que esa locura luego se convertía, por ejemplo, en Los cielos cabizbajos. Vamos, una locura maravillosa.
Jesús era una persona muy culta que soñaba continuamente, una locura pensante. Sin embargo, a él se le ocurrían las locuras pero no las sintetizaba, o sea, no sabía llevarlas a cabo, cosa que su hermano sí. Antonio las ha puesto en orden, de modo que, sin él, las locuras de Jesús no hubieran tomado forma. Él sí sabe ordenar todo eso. Era una simbiosis, porque los dos son unos genios.
Como hacía Enrique Morente con Leonard Cohen, usted ha mantenido conversaciones con Joe Strummer y con Kurt Ralske, el productor de Una semana en el motor de un autobús, sin saber inglés.
Para comunicarse no hace falta saber ningún idioma. Eso sí, con una buena copa delante, porque con agua no te comunicas.
Antes hablaba de locuras y no le he preguntado por ninguna suya. Siempre dice que usted vale más por lo que calla que por lo que cuenta. ¿Tanto se ha callado?
Muchísimo…
Del mismo modo que usted se ha callado, también permanecen silenciadas muchas tomas del Omega, porque se grabaron numerosas versiones de cada canción. Y, entre las que se quedaron fuera, hay aportes muy radicales de Lagartija que se descartaron para respetar el equilibrio con la parte flamenca de Morente.
Por ejemplo, para tocar Son de negros en Cuba, basada en un poema de Lorca, me fui a una chatarrería, compré bidones, fabriqué un pedal de bombo, usé latas de pintura como timbales y, así, monté una batería. Era muy industrial, como el grupo australiano SPK en los ochenta. Quería homenajear a todos esos cubanos que no tienen tambores, aunque como son grandes percusionistas se arreglan con unos cubos de basura. Pero claro, eso de las latas en el Omega, como que no…
No le he preguntado nada sobre los pasotes que describe en Viaje al centro de mi cerebro, su libro más salvaje, donde sí que ha contado muchas peripecias al límite.
Pero nada de lo que me tengo callado.
No cabe duda de que Cuatro millones de golpes, en el que se retrotrae a su infancia, es muy personal. Ahora bien, en su segundo libro sí que cabría incluir esos silencios.
Claro, porque no deja de ser un anecdotario, aunque yo me he callado las cosas que me hacen daño.














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