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Rosario de Acuña, la pionera del feminismo que intentó una revolución avícola en España

Rosario de Acuña (1850-1923) fue novelista, reportera, escritora de teatro, pionera del feminismo, del republicanismo y de los movimientos sociales. Fue, también, una persona con biografía casi olvidada hoy, que intentó poner en marcha, en Cantabria, una revolución avícola que la sociedad de su tiempo no quiso entender.

Grabado de Rosario de Acuña.
Grabado de Rosario de Acuña. Wikipedia

Seguro que nació pronto, sí, Rosario de Acuña. Es lo que pasa siempre con las pioneras.

Y Rosario de Acuña (1850-1923) lo fue.

A ver, resumen rápido, niña bien con problemas de salud, educación exquisita, profesores particulares, un progenitor que la animaba para meter morrucos en cuanto libro tuviese enfrente, más allá de novelitas bobas y tratados de corte y confección que se solían asignar a las muchachas en aquel entonces. Formación ideológica, formación moral. Viaje a Roma, a casa de unas amistades, el papa Pío IX (dígase Pío nono) que la bendice poniéndole mano en testa. Y salió la mozuca respondona, porque, como escribiría después, fue aquello "mano de santo para separarme definitiva y radicalmente de la secta católica". Igual entienden ya por dónde van los tiros. Igual empiezan a comprender, viendo la biografía de Rosario (y lo que te rondaré, que contamos más abajo), el porqué de su omisión en los manuales.

"Al igual que con otras escritoras del XIX y principios del XX, con Rosario de Acuña pasamos de puntillas en la carrera de Filología Hispánica, hará unos treinta años de esto. Me sonaba el nombre y el título de algunas obras, pero poco más sabía de ella". Hablo con Montse Ruíz, que es el alma de la Editorial Deméter. Allí acaban de publicar una edición ilustrada de Morirse a tiempo, el estremecedor poema gótico que Acuña dedicó al amor y al desamor, a las convenciones sociales y las ganas de desaparecer. Viene ilustrado de manera maravillosa por Jen del Pozo, y es cosa que sobrecoge. Como la propia Rosario. "Mientras buscaba otras autoras relacionadas con el espiritismo y los cuentos fantásticos de finales del XIX, apareció su nombre. Busqué más información sobre su vida y trabajo, y descubrí a una mujer excepcional". También, sí, polifacética.

Casó con un gentilhombre absoluto, un tal Rafael de Laiglesia (igual pensó Acuña que su apellido era mal presagio), teniente capitán, alto y apuesto, tirando a obtuso para lo de las letras, muy pronto desinteresao con las cosas de su cónyuge, hasta el punto de que vivían en ciudades distintas por largos periodos de tiempo. En uno de esos fue Rosario a buscarlo a Barcelona, y le dijeron que el señorito no estaba, que había salido con su mujer, y vio la joven que, por razones evidentes, aquello no podía funcionar. Separados, pues, pero no divorcio, que aquellas cosas no se estilaban en la España de entonces...

Pero bueno, que se volcó con el trabajo, y con su labor intelectual, que no es poco asunto. Entró en la masonería, aunque tuvo integración no muy plena, por aquello de que los masones sí, muy progres y muy tal, pero eran igual de machistas que los votantes de Cánovas (los dos o tres que realmente votaban a Cánovas porque les gustaba Cánovas). También ejerce como presidenta del Ateneo Estudiantil, publica artículos aquí y allá sobre asuntos tan importantes como sufragio femenino, abolición de esclavitud o lo mal que viven las masas proletarias en ciudades y urbes, y hasta estrena cierta obra de teatro, El padre Juan, que fue todo un éxito. Bueno, a ver, fue todo un éxito antes de que el gobernador civil madrileño la prohibiese, la censurase, la retirase de cartel, le pusiese cruz encima a Rosario y mira, yo creo que de dramaturga no vas a poder ganarte perras, hija, ¿por qué no te dedicas a cocinar y cuidar churumbeles?

Vamos, que exilio. O éxodo, si les va mejor, porque fue Acuña recorriendo las Españas en busca de sitio donde establecer y establecerse. Siempre con su ideología a cuestas. Que esa ideología (anticlerical, liberalota, igualitaria, feminista) pesaba lo suyo en aquel país, ¿eh?

Pero quedan más Rosarios. La agricultora, la reportera, la periodista, la que lee incansablemente sobre cada asunto que le venga a interesar. También, claro, quien escribe. Esta vertiente quedó, quizá, un poco ensombrecida por el resto. "Sí, sin duda", sigue Montse. "Su dedicación a la defensa de la emancipación de la mujer, su posición anticlerical, su oposición al colonialismo y la pena de muerte, su reivindicación de los derechos de los trabajadores... todo eso hizo que sus obras literarias quedaran en un segundo plano". Pero las hubo. Poemas, incursiones en las tablas, cuentos.

Y gallinas. ¿Quieren saber lo de las gallinas? Vengan, que se lo cuento.

Sucedió en Cantabria.

Por Cantabria anduvo diez años y pico, que ya es tiempo. Primero vivió en Cueto, pueblo al lado de Santander, uno de sus cuatro lugares. También estuvo allí, en esos años, Concepción Morell, que vino a Cantabria por Benito Pérez Galdós y quedó, más tarde, en plan ideóloga del republicanismo y adalid de cosas como la libertad de prensa o adláteres. Ah, si buscan a Concepción Morell, Concha Morell, ella también entra en esto del feminismo original. Como Rosario. Qué no podrían contarse, qué, estas dos en cafeterías y paseos por Piquío... O con Augusto González Linares, o con el doctor Madrazo, o con Estrañi, fundador de periódicos tirando a rojeras y excomulgado en sendas ocasiones, por si con una le quedase algo del bautismo sobre el alma.

Y bueno, que eso, década en la Tierruca. Cueto antes, dijimos. Tiempos difíciles, por la salud de su progenitora y los asuntillos esos que la acusaban de metomentodo, prohibiéndole obritas y cosas del vivir. Así que, hambre obliga, nos damos a lo más básico. Sí, montemos una granja, una granja avícola, una granja con gallinas y cacareos arrullantes.

Y es que estaba Rosario, por decirlo suavemente, en la misma miseria, así que tampoco pensemos que era cosa de bucolismos y atardeceres sobre el mar. Estaba Rosario en la misma miseria, y acudió a su mente el recuerdo de cierta viuda normanda (siempre hay viudas normandas al rescate, como bien sabía Proust) que conoció cuando joven, y que hizo gloria y fortuna (bueno, vale, más bien fortuna) con lo de las granjas de aves. Que hasta metió morros en sus libros de cuentas, y vio que aquello rentaba de narices, así que por Cueto decidió abrir establecimiento semejante para obtener semejantes consecuencias. Y las obtuvo.

Porque Rosario lee, lee mogollón, y así se entera de cómo hacen estas cosas en los espacios más modernos de ahí afuera, por Europa y América. Primero está el asunto del predio, que era aquel cosa menor, pues en Cueto tenía su mar bien cerca, su viento del nordeste que limpia el aire y sus pastos bien frescos, que da gusto verlos, sí, esos pastos. Y ya luego pensó Rosario en preguntar a quien más sabía de estos asuntos, y contactó con un tal Salvador Castelló Carreras, que había estudiado en Bélgica y tenía granja por Arenys del Mar. Así que intercambio de pareceres, esto se hace así y eso asá, y para el tema que vamos. Una finca alquilada, una finca preciosa, cerquita al faro de Cabo Mayor. Haremos que funciona.

Primero compra gallinas. A decir de Macrino Fernández Riera en su libro Rosario de Acuña Villanueva. Una heterodoxa en la España del concordato (Zahoría Ediciones, 2009), tiró por variedad. Que si andaluzas negras, que si andaluzas azules, que si brahma-pootra armiñadas..., lo mejor de lo mejor. Ah, y también una pareja de patos, que son simpatiquísimos. Variabilidad antes que selección, mezclar cinco o seis razas en lugar de insistir por la pureza... Y habiendo leído a Darwin, oigan. También adquiere maquinaria, que esto ya no es la Edad Media. Comederos y bebederos mecánicos, una incubadora, una secadora, hasta la hidromadre definitiva...

Así que Rosario se dedica al mestizaje de los pollucos para crear una casta de ponedoras sanas, rústicas y generantes de huevos bien gordos, y aquello funciona como nadie pensaba podría funcionar, y escríbame usted un artículo en El Cantábrico para explicar todas esas cosas, doña Rosario (El Cantábrico era periódico de Estrañi), y tome una medalla en la Exposición Avícola de 1902, y venga a llegar encargos, huevos y más huevos que vende Acuña, forrándose. Hasta catorce mil para incubación en solo un año, imaginen. Y con pedidos de toda España y hasta de ultramar. Una locura, todo eso. A ver, sigue escribiendo sus cositas, claro, pero también atiende las aves, que son muy esclavas, las aves, y hay que limpiarlas mucho, las aves.

Sucede que Rosario no es de callar, y exhibe impúdicamente por la prensa de entonces, por El Cantábrico y otros papeles, las razones de su éxito, y ya todos andan un poco como con envidia, y algunos hasta quieren ver luciferinas dotes en tan avanzada suerte, que no es normal lo de esta moza, no es normal, amancebada y sin tener ni puta idea y mira, generando gallinas como para invadir todas las Rusias. Pasa entonces que a la dueña del predio, vaya usted a saber razones, no le agrada todo el asunto, y siente "terrores de conciencia por tener allí a una hereje", y dicen que si le comía la orejuca un canónigo de la catedral de Santander (que es ciudad muy biempensante), y anda venga a subirle el alquiler (los alquileres estaban ya imposibles en el XIX), porque tener allí a una librepensadora, una racionalista, una mujer que escribe, anda con aves y vive pecaminosamente (pues paraba mucho por el puebluco su compañero Carlos Lamo, que la compañeaba en aquel matrimonio tan sin matrimoniar), eso sí que no.

Así que a Rosario le asfixian las mensualidades, entiende situación y traslada maletas, gallinas y conocimientos hasta el pueblo de al lado, Santa Cruz de Bezana. Bueno, tres más allá, pero me entienden. Pasa que las picasuelos empiezan a faltar, y aunque por Bezana abundan raposas, tasugos y algunos jabalís tampoco es plan de echarle culpa a la fauna silvestre, porque dos patucas parecen tener los malajes. Vamos, que una cosa es perder doce huevos y otra bien distinta que te manguen doscientos, joder, ya. Y así una noche, y otra, y otra, que más te valdría, Rosario, esperar allí con el dalle y entablar amable conversación con los simpáticos apandadores. Solo que no, que una es masona y civilizada.

Pero en Bezana... le persigue la mala suerte. Dicen que los vecinos vienen con quejas, que ya lo hicieron en Cueto, que si las gallinas hacen cloclocló muy alto, que huelen a..., en fin, a gallina, que me lo dejan todo perdido con cagarrutas pálidas, que no puedo ni plantar calabazas porque saltan desde donde las tiene Rosario y picotean en la tierra, que menudas son, las gallinas, picoteando en la tierra. Y luego..., vaya, que los ladrones llegan persiguiendo, porque tú encuentras huevos y carne gratis y no dejas marchar así como así, y tampoco está Bezana tan lejos de Cueto, en un saltito nos plantamos y bien que cunde el viaje. En abril de 1905 le cepillan a Rosario animales por valor de un año a jornal. Vamos, que la cosa era ya despiporre, y los vecinos tampoco tenían pinta de salir en auxilio de Acuña, por aquello de que las féminas independientes estaban vistas regular. Ni siquiera poniendo recompensa para quien encontrase las tales gallinas, que primero ofrece cinco duros y más tarde diez. Nada. Ah, en ese tiempo también se le murió la madre. Está enterrada en el cementerio civil de Ciriego, en Santander. A Rosario le darían tierra, al transcurrir veinte años, por Gijón.

Porque tras el descalabro nada le une a esta zona, así que se quita el traje de granjera y empieza a recorrer Cantabria. Que si Suances, que si Liébana, que si Reinosa, que si paro en Tajahierro. Un poco por conocer el asunto antes de abandonarlo, que bien prontito tira para Asturias y se establece en Gijón. En una casa a lo más alto del acantilado, añadimos. Retiro dorado, tranquilidad, comer bocartes cuando es época...

Nada, imposible. Rosario sigue a lo suyo, que es escribir, alzar la voz, resultar incómoda para quienes solo comodidad silenciosa querrían. Artículos sociales y políticos, únicamente, en esta época de su vida. Hasta que ocurre. Es año 1911, una pieza en El Progreso titulada La jarca de la Universidad. Allí critica que los universitarios acosen a las universitarias (a seis universitarias, concretamente), por aquello de que las mujeres no están hechas para estudiar, y además deberías fijarte en otras cosas, y eso es que no tienes quién te caliente cama, y etcétera, etcétera. Igual viene sonándoles. Bueno, pues decía Acuña que profesores y Rectorado se hacían los suecos, y que miraban para Galicia o Cantabria cuando alguien comentaba este asunto. Escándalo, denuncia y la benemérita que se acerca amablemente hasta el acantilado donde vive Rosario con el muy sano propósito de llevársela hasta el presidio, que es donde deben estar las de su calaña. Andaba ella camino a Portugal, pues se olía asunto, y un bienio pasó allí, hasta que Romanones (otro día les cuento de Romanones) vino con ideas diferentes sobre eso de la libertad de prensa... Vamos, autorizarla, aunque fuese un poco.

Volvió Rosario a Gijón, continuó escribiendo en medios progresistas, republicanos, federales, obreros. Recibió ayuda de compañeros y correligionarios, vivió casi en la pobreza, en el olvido.
Murió allí, oliendo a sal y agua, un día de 1923, "la pobre joven que, al dolor nacida, / iba pronto a cambiar por su tormento / la paz eterna de la eterna vida".

Como les ocurrió a otras muchas escritoras de esa época, su nombre fue borrado de los libros. Fueron pioneras y ya sabemos que los comienzos siempre son difíciles. Al igual que Carmen de Burgos, Amalia Domingo Soler, Ángeles Vicente, Ángeles López de Ayala... también Rosario de Acuña ha comenzado, en las últimas décadas, a hacerse hueco en libros, conferencias y exposiciones gracias al trabajo de investigadores como Helena Hernández Sandoica o Macrino Fernández Riera.

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