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El protocolo contra el racismo en el fútbol peca de "tibio" y desprotege a los jugadores negros

La RFEF mantiene el mismo plan desde hace casi 20 años y deja en manos de los árbitros la posibilidad de detener o incluso suspender los partidos. "En el fútbol se aprende a ser racista", denuncian los grupos de activistas.

El jugador del Real Madrid, Vinicius Junior, protesta ante el árbitro durante un encuentro.
El jugador del Real Madrid, Vinicius Junior, protesta ante el árbitro durante un encuentro. Vincent West / Reuters

Thomas N'kono, Samuel Eto'o, Vinicius Junior, Iñaki Williams, Toure Yaya o Mouctar Diakhaby. Todos fueron estrellas en sus respectivos equipos de fútbol y todos causaron furor en los quioscos españoles, pero esto no es lo único que tienen en común. Los seis jugadores son negros y han tenido que soportar insultos y agresiones racistas en los campos de fútbol de todo el país. El protocolo de la RFEF y la ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte no solo pecan de "arcaicos", sino que son insuficientes para frenar los delitos de odio en los estadios.

Los insultos racistas son cada vez más frecuentes en el ámbito deportivo, también entre los más pequeños y en las categorías amateur. Este fin de semana, Cheikh Sarr, portero del Rayo Majadahonda –tercera categoría del fútbol español– saltó la valla que separa el terreno de juego de la grada para encararse con un grupo de aficionados que le gritaron "¡puto negro de mierda!" y "¡eres un puto mono!". El senegalés pidió disculpas por su reacción, pero el juez de competición le impuso dos partidos de sanción y una multa accesoria de 600 euros en aplicación del artículo 129 del Código Disciplinario de la RFEF. La Federación también castigó al club con una multa de 3.006 euros por retirarse del campo antes del final del partido y le dio los tres puntos al equipo rival.

El Getafe-Sevilla del pasado sábado también ha sido escenario de otra cascada de ataques racistas y xenófobos. El público del Coliseum coreó cánticos racistas contra Marcos Acuña, futbolista argentino, refiriéndose a él como "mono". La tensión aumentó cuando la grada le llamó "gitano" en modo despectivo a Quique Sánchez Flores, entrenador del conjunto andaluz. "El árbitro es la máxima autoridad dentro del terreno de juego, que no del partido. El protocolo necesita una vuelta de tuerca, porque es tan fácil aplicarlo como no aplicarlo", señala Carlos –nombre ficticio–, árbitro asistente de tercera división regional. 

El protocolo de actuaciones contra el racismo de la RFEF consiste en una batería de normas que dejan en manos del colegiado la posibilidad de detener o incluso suspender los partidos en determinados casos. El texto, que data de 2005, equipara los insultos racistas con la pirotecnia y el lanzamiento de objetos. "En el momento en el que escuchamos un insulto racista, nos dirigimos al delegado de campo del equipo local para que lo indique por megafonía. Este es el primer aviso. El partido se reanuda y si continúan las agresiones, nos vamos a la caseta y damos por finalizado el encuentro", explica el árbitro. Estas son las normas que contempla la FIFA de Gianni Infantino para todos los países y ligas del mundo, pero los colegiados no siempre las cumplen. 

En España, las pautas internacionales vienen complementadas por el artículo 15.2 de la Ley 19/2007 contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte, impulsada por el Gobierno de Zapatero. El texto no ha sufrido cambios en sus casi dos décadas de vigencia. "No se están aplicando todos los resortes que contempla la ley para intentar solucionar el conflicto. En los estadios hay una sensación de impunidad total, mucha gente frivoliza con el racismo. Tenemos que ser claros y contundentes, porque estamos hablando de delitos de odio. Las sanciones tienen que ser más duras", reivindica María José López, codirectora de la asesoría jurídica de la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE). 

"En el fútbol se aprende a ser racista"

"El protocolo es demasiado tibio y no es efectivo. Los árbitros no escuchan la grada y tampoco hacen caso a los avisos. Los niños copian mucho de lo que ven en la tele o en las categorías adultas. El fútbol es un lugar de aprendizaje y, tristemente, en el fútbol se aprende a ser racista", denuncia Dolores Galindo, presidenta de los Dragones de Lavapiés, un equipo con jugadores y jugadoras de 50 procedencias distintas que compite en ligas federadas de la Comunidad de Madrid. "Llevamos diez años jugando y hemos tenido problemas desde el primer partido. Los futbolistas racializados están completamente desprotegidos. Las personas blancas, como no tienen que lidiar con esta realidad, no terminan de entenderlo", añade. 

Las medidas de la RFEF, más pensadas para sancionar los comportamientos de los aficionados que las actitudes de los propios deportistas, sitúan al árbitro como el único sujeto capacitado para suspender temporal o definitivamente un encuentro. Los colegiados tienen que "agotar las vías" posibles antes de cancelar el partido, según reza el protocolo. Solo en casos de "extrema gravedad" y tras consultarlo con "los capitanes de ambos equipos" y los mandos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, podrán decretar la suspensión definitiva.

La ley de violencia en el deporte establece una serie de sanciones de carácter deportivo para los episodios de este tipo. Además, una Comisión Permanente en la que están la Liga, la RFEF y el Consejo Superior de Deportes (CSD), se reúne de forma periódica y analiza los eventuales casos de racismo en los estadios. "En estas reuniones hay un fiscal, que entendemos que debería actuar y abrir las investigaciones pertinentes para analizar si esos comportamientos, que son reiterados, derivan en situaciones delictivas. La gente discrimina e insulta a los futbolistas por su origen étnico y lo que subyace de todo esto son delitos de odio. La minimización de estas conductas hace todavía más difícil erradicar el racismo en los campos de fútbol", detalla María José López.

Lo que no está en las actas, no existe

La suspensión de partidos es prácticamente insólita en el panorama nacional, sobre todo en las categorías superiores. En 2016, la Liga de Javier Tebas paró el partido entre el Sporting y el Athletic por los insultos racistas que lanzó la grada contra Iñaki Williams. El árbitro también interrumpió durante diez minutos el València-Real Madrid a raíz de los ataques xenófobos contra Vinicius Junior hace poco más de un año. La única vez que La Liga suspendió un encuentro por insultos no tuvo nada que ver con el racismo. Los hechos se remontan a 2019, cuando los aficionados del Rayo Vallecano le llamaron nazi al jugador del Albacete Roman Zozulia. Los cánticos contra futbolistas racializados, sin embargo, están al orden del día.  

"En nuestro equipo senior de refugiados hemos vivido experiencias de todo tipo. Un jugador le dijo al colegiado durante un partido 'mírame, soy negro' y el árbitro apuntó en el acta que le había llamado 'racista de mierda'. Nos sancionaron a nosotros, porque lo que vale es lo que dice el árbitro. Las actas son una prueba de racismo, no podemos ponerlas en duda salvo que tengamos pruebas. En las categorías amateur, donde nada se televisa y muchas veces no hay público, esto se complica", sostiene Galindo. La presidenta de los Dragones de Lavapiés considera que "los árbitros no reciben formación antirracista" y recuerda que muchos de los integrantes de su equipo vienen de países en guerra, por lo que no tiene sentido ponerlos en la diana. "Los prejuicios hacen mucho daño a los jugadores racializados. Necesitamos un #SeAcabó del racismo en el fútbol", sentencia. 

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