España contempla en directo el genocidio de Gaza sin una contundente respuesta social
Las protestas y acampadas se han mantenido puntualmente durante el último año y medio, pero lejos de las movilizaciones masivas del no a la guerra y de las protestas multitudinarias del 15M.
“La izquierda está desmovilizada social y electoralmente mientras crece la derecha radical", advierte el catedrático Ignacio Sánchez-Cuenca. “El capitalismo se ha impuesto y la gente es cada vez más individualista", señala la socióloga Paloma Manzano.

Madrid--Actualizado a
7 de octubre de 2023. La fecha se cuela de vez en cuando en parlamentos, periódicos y vídeos de TikTok. Gaza se consolidó ese sábado como la cárcel a cielo abierto más grande del mundo; un infierno entre escombros, bombas y muros. Israel ha matado a más de 52.000 personas en el último año y medio, según datos de ACNUR. 171 periodistas y fotógrafos han fallecido desde entonces, casi todos, de origen palestino. Las cocinas comunitarias están al borde del colapso. Los hospitales penden de un hilo. Las familias no tienen electricidad, ni comida, ni recursos. Y el 90% de la población que sobrevive ha tenido que ser desplazada.
El mundo asiste a un genocidio en tiempo real. Estados Unidos lo financia. Europa evita el choque entre acusaciones de "complicidad". España se mueve en una suerte de limbo; intenta posicionarse como un faro de humanidad en el plano internacional, pero no puede esconder la falta de acciones políticas y los contratos armamentísticos con Tel Aviv.
Las manifestaciones se han extendido por casi todo el país tras los bombardeos del 7 de octubre. Las banderas palestinas enfundaron por aquel entonces balcones, farolas y camisetas. Los datos, sin embargo, evidencian que cada vez cuesta más alzar la voz en las calles. La primera marcha en Madrid reunió a más de 30.000 personas. La última, convocada este sábado también en la capital, congregó a 10.000, según la Delegación del Gobierno. La marcha discurrió por el centro de la ciudad para denunciar "el genocidio en Palestina" y el comercio de armas con Israel, en un acto al que se sumaron representantes de Podemos y de Izquierda Unida, además de otras organizaciones y colectivos.
La marcha de este sábado, convocada por la Red Solidaria contra la Ocupación de Palestina (Rescop) bajo el lema "Muévete por Palestina", coincide con el 77 aniversario de la Nabka (catástrofe en árabe), que cada 15 de mayo evoca el éxodo palestino como consecuencia del nacimiento del Estado de Israel en 1948 y también con la intensificación de la ofensiva israelí en Gaza y Cisjordania.
¿Cuáles son las razones por las que las protestas se han desinflado? Las dinámicas propias de los movimientos sociales, las divisiones en la izquierda y la distancia cultural con Oriente Próximo podrían explicar este cambio de paradigma.
"La izquierda está desmovilizada social y electoralmente desde hace años; vive un momento de repliegue, mientras crece la derecha radical", advierte Ignacio Sánchez-Cuenca, catedrático de ciencias políticas en la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M). El profesor recuerda además que "la protesta funciona por ciclos", combinando momentos de "mucho entusiasmo" con otros de desgana y frustración. "España viene de una década extraordinaria de movilizaciones que no se puede mantener indefinidamente. La gente se cansa y se fatiga, sobre todo cuando sale a la calle y descubre que la política no siempre funciona como cabe esperar", continúa. El feminismo, la lucha por la vivienda y el independentismo catalán también han vivido sus propias fluctuaciones.
Paco Camas, director de investigación de opinión pública en Ipsos España, comparte este diagnóstico y añade: "La preocupación que podemos tener al inicio de un conflicto tiende a diluirse de manera natural con el paso de los meses; normalizamos en cierto modo la situación, por mucho que sea algo absolutamente fuera de serie. Y si ese conflicto es recurrente y existe una fuerte distancia física, como es el caso, movilizarse cuesta todavía más". El sociólogo considera que "sólo los grupos más militantes y activistas" consiguen mantener en el tiempo un nivel de tensión tan elevado y detecta otro hándicap: "La falta de un bloque claro" en el arco político que "esté capitalizando la causa palestina".
Podemos ha sido uno de los partidos más críticos con el apartheid y la masacre en Gaza. Netanyahu, de hecho, señaló a sus dirigentes por denunciar públicamente el genocidio. Movimiento Sumar presionó para poner fin a los acuerdos comerciales con Israel, pero su posición, "colaboracionista" para los morados, ha despertado críticas dentro y fuera del espacio político. Izquierda Unida, por su parte, busca tender puentes y ha pedido en varias ocasiones romper relaciones con Tel Aviv.
"Tenemos una parte de la izquierda a la que le cuesta ser más clara con sus posicionamientos y otra parte que demuestra ahora una contundencia que hace seis o siete años no tenía. Esto desconcierta y desmoviliza. Las izquierdas se la están jugando", desliza Víctor Alonso Rocafort, profesor de teoría política en la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Paloma Manzano, socióloga y activista por los derechos humanos, considera, no obstante, que "las luchas de poder en las fuerzas progresistas, pese a ser disuasorias, no deberían ser motivo para la desmovilización" ante una "tragedia" de esta magnitud. El 36% de los muertos en los territorios ocupados son niños. Médicos del Mundo calcula además que 8.000 mujeres palestinas han sido asesinadas desde octubre de 2023.
El "no a la guerra" contra el Gobierno de Aznar
Las voces consultadas por Público, preguntadas por la evolución de la lucha social a lo largo del último cuarto de siglo, recuerdan otros grandes ciclos de protestas. El primero se remonta a 2003. Bush llamó a sus entonces aliados a sumarse a la invasión de Irak. José María Aznar le dio un sí por respuesta. El 90,8% de los españoles, sin embargo, estaba en contra de la intervención militar. Las calles de todo el país se llenaron de pancartas y megáfonos por los que sonaba un contundente no a la guerra. "La principal diferencia entre lo que pasó hace 20 años y las protestas contra el genocidio tiene que ver con el papel que jugó España en cada uno de los conflictos. Aznar se implicó a fondo en promocionar la guerra de Irak, por eso las concentraciones fueron masivas. España tiene ahora una posición periférica y sin apenas capacidad para tomar decisiones por sí misma, no está directamente implicada", compara Ignacio Sánchez Cuenca.
El segundo clímax de movilizaciones tuvo lugar durante las acampadas del 15M. José Luis Rodríguez Zapatero estaba entonces al frente del Ejecutivo. "La izquierda alternativa como la conocemos ahora casi no había llegado a las instituciones. Esto facilita el consenso a la hora de manifestarse, veníamos, además, de un movimiento antiglobalización con mucha fuerza", señala Víctor Alonso Rocafort. La aritmética política no es el único factor detrás del grado de seguimiento de las causas sociales. Paloma Manzano recalca que "el activismo en general ha ido perdiendo fuelle a lo largo de la democracia", fundamentalmente porque "nos hemos ido acomodando a medida que hemos ido conquistando derechos". Las luchas están, según la socióloga, cada vez más fragmentadas.
"En esto tiene mucho que ver la polarización; te impide mirar más allá de tu marco ideológico. La idea de lucha común que había hace dos o tres décadas ha desaparecido. El capitalismo se ha impuesto y la gente es cada vez más individualista", insiste la también activista. Jorge Ramos Tolosa, profesor de Historia Contemporánea en la Universitat de València, rebate en cambio esta teoría. "España nunca había vivido una ola de solidaridad tan fuerte y duradera como la que hemos visto durante el último año y medio con el pueblo palestino. Lo que pasa es que parece que las concentraciones no tienen tanto impacto si no las convoca un sindicato o un partido político, pero llevamos muchos meses en las calles, y no podemos pasar por alto las acampadas del año pasado en decenas de universidades", sostiene.
Las acampadas en las universidades
Columbia, Harvard y Emory plantaron la semilla en Estados Unidos. Las protestas se trasladaron después a otros países de Europa, Asia y América Latina. Los jóvenes tomaron las universidades para denunciar la "inacción" de gobiernos, empresas e instituciones con respecto al genocidio. La Universitat de València fue precisamente la primera que puso en marcha las acampadas en España, una iniciativa que sirvió para movilizar a miles de jóvenes y fortalecer lazos del pasado. "Esto fue un hito dentro de la comunidad universitaria, nos hemos reencontrado con compañeros con los que habíamos compartido otras luchas en el pasado, hemos incorporado a una nueva generación de estudiantes y hemos conseguido enviar ayuda humanitaria o acoger profesorado y alumnado de universidades palestinas", explica Víctor Alonso Rocafort. El docente recuerda que las acampadas se levantaron poco antes del verano y "el núcleo militante" se ha rearticulado este año para "combatir la ofensiva de Ayuso" contra las universidades públicas.
"Es cierto que esperábamos que la cantidad de gente que se movilizó durante las acampadas continuase luego militando, pero las dinámicas actuales, marcadas por la inmediatez y los algoritmos, no son las más favorables. Los picos son en cualquier caso normales, sobre todo cuando hablamos de una masacre tan larga y evidente", apunta Jorge Ramos Tolosa. "Aún así, quiero insistir, nunca había visto estos niveles de implicación, por mucho que fuera en ocasiones una militancia interrumpida y puntual", continúa. España fue uno de los pocos países donde las protestas universitarias no fueron reprimidas, al menos, de manera directa. Amnistía Internacional celebra en este sentido la "reacción positiva de la sociedad civil española" y su "diferenciación" en el mapa europeo.
"Gaza está muy lejos"
Las manifestaciones no sólo se han ido desinflando por el ‘hartazgo’ de las izquierdas, la lógica individualista y la falta de un liderazgo político claro. La distancia física y cultural con los territorios ocupados también podría estar detrás de esta tendencia. "La gente responde cuando siente una amenaza cercana, y Gaza está muy lejos. El racismo está además al orden del día, tanto en las redes sociales como en las televisiones, y muchas personas se sienten más amenazadas cuando ven a una familia blanca y rubia que cuando las víctimas son morenas y hablan árabe. Es duro decirlo, pero parece que nos hemos acostumbrado a ver –en otros– el sufrimiento y hacer como si nada", lamenta Paloma Manzano. La socióloga recuerda en este punto los "autobuses solidarios" y las múltiples campañas que se impulsaron en su momento contra la guerra entre Rusia y Ucrania.
Sánchez-Cuenca duda en cambio de que exista un componente racista y recuerda que "las encuestas evidencian un rechazo casi transversal al genocidio", tanto en las izquierdas como entre los votantes más conservadores. "Lo que pasa es que una cosa es estar en contra a nivel interno y otra movilizarse, tomar las calles y hacer boicot a los productos israelíes. España es solidaria con los que sufren, pero no suele movilizarse en cuestiones internacionales, arrastra una fuerte tradición de aislacionismo", recalca el politólogo. Las acciones contra el giro del PSOE sobre el Sáhara Occidental y las protestas de los últimos meses contra Trump o Milei tampoco han gozado de un fuerte seguimiento.
El rearme, ¿un posible revulsivo?
Carlos de las Heras, portavoz de Amnistía Internacional para Gaza, celebra que "las movilizaciones se mantengan" casi veinte meses después del 7 de octubre y confía en que "la polémica suscitada por la compra de balas a Israel" y las políticas de rearme puedan servir para "recuperar el músculo" que, reconoce, han ido perdiendo con el paso del tiempo. Las fuentes consultadas por Público, sin embargo, se muestran más escépticas en este sentido. "Es complicado ver el rearme como un revulsivo. En primer lugar, porque no está del todo asentado en el imaginario popular, nadie tiene una idea clara de lo que se va a hacer. Y en segundo lugar, porque existe una mezcla de incertidumbre e inseguridad geopolítica que hace que la opinión pública no tenga un posicionamiento tan marcado", señala Paco Camas.
"La sociedad civil no demuestra una división tan clara como los partidos políticos, incluso entre los votantes de izquierdas no se ve una oposición abrumadora al rearme, es decir, creo que ni siquiera los que están en contra tienen una postura demasiado visceral", añade Sánchez-Cuenca. El hecho de que muchas de estas directrices vengan de Bruselas sirve además para "amortiguar" las eventuales "ganas de protesta" de la población. Los expertos que han hablado con Público, preguntados por un posible aliciente para reactivar las movilizaciones, coinciden al señalar la "falta de consenso" de los partidos políticos", un "consenso" que, para Jorge Ramos Tolosa, tendría que ir más allá de lo discursivo: "El armario de la esperanza palestina está lleno de palabras y resoluciones de la ONU, pero vacío de hechos, y no puede seguir así".

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