Lo de Tamames se ve diferente desde el Bar Mauricio
La crónica de la moción de censura de Vox contra Pedro Sánchez vista desde un bar en un barrio de Madrid.
Madrid-Actualizado a
– …un disparate, un circo…
– José, ¿hay churros?
– No.
– Bueno, pues un café solo.
– …un chiste, un esperpento… – continuaba sonando en la tele.
Así empezaba Santiago Abascal, en su primera intervención del día, la presentación de Ramón Tamames, el candidato de circunstancias que Vox exponía ante el Congreso de los Diputados en una moción de censura con la intención de echar a Pedro Sánchez del Gobierno de España.
Mientras la moción arrancaba en la Cámara Baja, la jornada laboral empezaba en el Bar Mauricio, en el madrileño barrio de Puerta del Ángel (metro Alto de Extremadura). En principio, con normalidad. Con demasiada normalidad, quién sabe si para lamento de los promotores de la moción.
Aunque el respetable puede pensar que estoy equivocado al decir que las palabras "disparate", "circo", "chiste" o "esperpento" han sido emitidas por Abascal para referirse al evento que él mismo había organizado, lo cierto es que sí, son suyas, pues en los primeros minutos de su intervención, cuando los asientos del hemiciclo estaban todavía fríos y aún nadie podía adivinar el alcance real de la jugada política, el líder de Vox se estaba dedicado a "repetir" las palabras que, estos últimos días, la prensa estaba usando para definir lo que este martes –y miércoles– se iba a vivir en la casona de la democracia.
Resentido con la prensa, Abascal ha empezado por todo lo alto, ironizando y mostrando un cierto resentimiento con todos los cronistas políticos que, desde hace semanas, venían alertando del esperpento – quizá la palabra más usada este martes en el hemiciclo – que se podía generar en el Congreso al llevar a un exmilitante de 89 años del PCE, también de CDS y también de IU, a una moción de censura patrocinada por Vox, la ultraderecha patria.
Mientras que Tamames entraba con fuerza en el Congreso, el día empezaba tranquilito en el Mauricio. Mientras que Tamames, supongo que elegantemente, saludaba a Alberto Garzón nada más entrar al hemiciclo (y miraba a la cúpula, como extasiado por el poder legislativo), un señor con un abrigo verde saludaba a otro con un abrigo azul nada más entrar al bar.
– Como se lo pasan los políticos – decía señalando la tele.
– Pues se lo pasan muy bien.
José estaba ya poniendo los primeros cafés de la jornada –fssss, sonaba la cafetera– cuando Abascal, como sacando pecho, señalaba la tribuna de prensa y se hacía grande desde su micrófono, presumiendo de todos los medios internacionales que se habían acercado a cubrir la jornada. "Y dicen que no es importante", continuaba el de Vox.
– Pues yo creo que se quieren descojonar de él – espetaba mientras otro parroquiano del Mauricio, que a esa hora, sobre las diez de la mañana, ya albergaba a seis o siete.
– Pobrecito –replicaba otro-. Pero es raro ver a un señor tan mayor… no sé, ¿no tendrá cosas mejor que hacer?
– ¡Cómo ir a Benidorm!– se carcajeaba un tercero.
Lo cierto es que, frente al primer discurso de Abascal, que pregonaba lo necesario de su moción de censura para "la España que existe", esta, que no puede ser otra que la que desayuna tempranito en cualquier bar de cualquier barrio, no se la tomaba como algo importante.
Aunque durante los primeros minutos la movida se seguía, vía la tele del local, que tenía sintonizada una cadena pública, con cierta curiosidad, el ambiente no era de gran jornada futbolera, como quizá se esperara a Abascal, sino más bien de curiosidad desinteresada.
El partido de extrema derecha, que había diseñado esta operación con sumo cuidado, como pretendiendo ganar notoriedad y que su presencia en el Congreso volviera a retumbar por las bocas de todos los ciudadanos, había errado el tiro y convertido todo aquello en una anécdota, en algo banal, en algo que comentar no como noticia, sino como chascarrillo entre colegas de café cortado.
Mientras el presidente, Pedro Sánchez, hacía su primera intervención, el interés general del Mauricio caía. Había temas mucho más importantes que tratar, como un tipo a que habían pillado con varios relojes robados en la parada de metro de Batán (muy cercana al Alto de Extremadura) o el robo de un carrito de compra a un chico del barrio. Hasta que, al rato, la estrella apareció en la tele y todo cambió.
Con la intervención de Tamames, ya renovado el público del bar (iba yendo y viniendo gente), la atención en la pantalla colgandera volvió a despertarse. Primero, porque Ramón no iba a leer su discurso –filtrado hace una semana– desde la tribuna, sino desde el escaño que Abascal le había cedido; segundo, porque Ramón parecía recibir órdenes del de Vox, según se percataron mis compañeros de barra, al oído.
– Esto da un poco de vergüenza ajena – dijo uno.
Tras sacar de una gigantesca carpeta un puñado de papeles, Tamames empezó su discurso, con el que no fue capaz de retener la atención de los del Mauricio ni dos minutos:
– …corría el año 1956…
– ¡Pero, qué dice! – ironizaba un parroquiano.
Inmediatamente, el tintineo de las cucharillas volvía a sonar a lo largo y ancho de la barra mientras Ramón proseguía sin que nadie le prestara la más mínima atención.
En él, Tamames hablaba de todo un poco, haciendo una especie de mapa antiguo, de esos que usaban para delimitar fronteras cuando Albacete era todavía de Murcia, en el que dibujaba lo que debía ser para él España; todo bañado bajo una ola de ideas imperiófilas, datos incorrectos (como lo de que Malta tiene más PIB que España) y patadas a la memoria democrática.
La moción de censura de Tamames, que debía abrir portadas por su carácter rebelde, contestatario y reivindicador de la Transición, se estaba convirtiendo en una broma pesada que apenas conseguía atraer la atención del público, que se estaba aburriendo de ver a un señor mayor hablar con un tono de regañina y condescendencia que podía llegar a cabrear.
Tras su intervención, no hubo ningún tipo de cambio en el bar (más allá de que, por las horas, la gente pasó de tomar café a beber cañas). Tampoco hubo mayor interés con la respuesta de Sánchez, respetuosa intervención en la que aprovechó para desmontar punto por punto las inconexas ideas del exmilitante del PCE (quien, por ciento, no se mostró especialmente agradecido en su réplica, pues le pareció demasiado larga).
Sí que causo algo de interés, ya a la hora de comer, la intervención de Yolanda Díaz, la ministra de trabajo. Emitida a trozos, pues el canal pinchado en el Mauricio estaba dando el telediario e iba haciendo conexiones con el Congreso, muchos de los parroquianos se sorprendían con la contundencia de Díaz a la hora de reprochar al candidato (y con la presentación, quizá no tan improvisada, de Sumar).
– La Díaz es una roja, pero habla muy bien – se escuchó ironizar a uno entre el revuelo de los primeros y segundos platos.
Después de la pausa para comer (y la nula respuesta de Tamames a la vicepresidenta), el interés general cayó. Ya nadie le prestaba atención al show del Congreso, sino que los del bar se dedicaban a lo suyo: a charlar y reír y hablar entre ellos.
Apenas se escuchaban comentarios de lo que estaba pasando y nadie le prestaba ni la más mínima atención a las intervenciones que, uno a uno, iban haciendo los portavoces de los distintos grupos parlamentarios.
Aquello, más allá de la curiosidad lógica de los primeros minutos, estaba pasando sin pena ni gloria, sin ningún interés. La jugada de Vox, diseñada para que el nombre del partido volviera a sonar por las esquinas de todas las casas, se había convertido en un juego absurdo que aburría al personal (y reforzaba a Díaz y Sánchez, todo sea dicho).
Dudo que mañana se vuelva a hablar de todo esto en el Bar Mauricio.
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