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“La ciudad te convierte en un sujeto vulnerable aunque no lo seas”

La división en la ciudad de lo público y lo privado, de lo productivo frente a lo doméstico y reproductivo y todas sus consecuencias en la inhabitabilidad del espacio público, se asienta al servicio del desarrollo del capitalismo industrial.

Gran Vía a las 8.30 horas el día de la entrada en vigor de Madrid Central

MARGA TOJO

Una mujer camina por la calle con un bebé y necesita darle de mamar. Acaba sentada en la parada del autobús porque no hay otro lugar en el que detenerse sin pagar. Cerca de ella una señora mayor intenta recorrer deprisa el paso de cebra mientras los coches pitan porque se ha puesto en rojo en seguida sin que le diese tiempo a cruzar. Son escenas cotidianas en una calle, en el centro de una ciudad.
La urbe del neoliberalismo se diseña para dejar atrás a aquellos que no se encuentran en estado de producción y de consumo. Para esa concepción del urbanismo una calle es el trayecto en coche al trabajo o la distancia perfecta entre un Bershka y un centro comercial.

“Todas las carencias de la ciudad conducen a eso”, explica la socióloga urbanista Blanca Valdivia, integrante del colectivo barcelonés Punt 6 de urbanistas, arquitectas y sociólogas. “La propia configuración urbana nos hace vulnerables. Si no hay bancos, los mayores no tienen donde pararse a descansar y se ven vulnerables. Cuando una persona en silla de ruedas se encuentra permanentes obstáculos, cuando el tráfico hace que los niños solo puedan soltar la mano del adulto dentro de un parque vallado, se les restringe el derecho a la ciudad. Te convierten en un sujeto vulnerable aunque no lo seas. Las ciudades deben dar soporte a la sostenibilidad de la vida”.

La división en la ciudad de lo público y lo privado, de lo productivo frente a lo doméstico y reproductivo y todas sus consecuencias en la inhabitabilidad del espacio público, se asienta al servicio del desarrollo del capitalismo industrial. Del mismo modo que el modelo de familia occidental, lejos de ser una estructura precapitalista, es apuntalado por el capital para garantizar la cantidad y calidad de fuerza de trabajo y su control, según lo definen algunas investigadoras, como Silvia Federici. “Para construir nuestras ciudades se juntan el sistema social de orden patriarcal y el sistema económico capitalista, bajo diferentes paradigmas urbanísticos que se solapan para crear nuestras ciudades. El 85% de las personas que cuidan son mujeres, pero nuestra ciudad no está adaptada”, analiza Valdivia. Los cuidados se relegan al espacio privado de lo doméstico.

"El 85% de las personas que cuidan son mujeres, pero nuestra ciudad no está adaptada"

Organizar las clases sociales de forma diferenciada, normalizar las familias y otorgar a las mujeres el interior de las casas fue uno de los propósitos de la expansión capitalista. Más tarde las mujeres pasaron a ser una mano de obra interesante también fuera del hogar sin que ello conllevase otro cambio, que se preveía regulable a través de la jerarquización de clases.

A los discursos en alza del enemigo y la xenofobia le interesan los entornos que fomentan la vulnerabilidad. Justifican el urbanismo defensivo y la arquitectura disuasoria como solución a problemas sociales y ayudan a vaciar las calles de movimientos y disidencias alejados de la producción y el consumo.

Una de las paradojas de la soledad y del desconocimiento interpersonal urbano es el control sobre la vida de las personas. Control de movimientos, de espontaneidad, de la libertad de expresión, coacción social y, la forma más sublime de control, autocensura.

El colectivo de arquitectas ha publicado un completo informe bajo el título Entornos habitables. Auditoría de seguridad urbana con perspectiva de género en la vivienda y el entorno. Desarrolla a lo largo del territorio estatal las denominadas marchas exploratorias, al estilo de las Jane’s walks, recorridos urbanos inspirados en la arquitecta Jane Jacobs, para hacer un diagnóstico de la seguridad de diferentes municipios o lugares desde una perspectiva feminista, una metodología que proviene de las urbanistas canadienses de los años 80.

“Recorremos con las participantes la zona y reflexionamos entre todas cuáles son los espacios que nos generan seguridad e inseguridad. Se trata de visibilizarlos, no de estigmatizarlos. Ponemos hincapié en la percepción, vinculada al género, al hecho de ser mujer, porque nos han educado así y porque tenemos más riesgo de sufrir una agresión sexista. La percepción de seguridad condiciona la movilidad. Pero el gran trabajo hay que hacerlo desde lo social, no desde lo arquitectónico. Aunque sí hay cosas que podemos hacer. No se trata de que una calle esté tan iluminada que parezca de día, sino que haya una iluminación homogénea, que en la calle principal no haya tanta luz y que en la secundaria no esté completamente oscuro, que es lo que suele ocurrir”. 

La arquitectura crítica de los años 60, con Jane Jacobs a la cabeza, valora el comercio de cercanía como un elemento importante para fomentar la seguridad en las calles, en donde las personas sean vistas y oídas, se asuma un compromiso de comunidad y no sea solo la autoridad uniformada la encargada de mantenerla. El tejido comercial de multinacionales no ejerce esa función.

Sí lo encontramos, por ejemplo, en programas como Camiño escolar, una ruta impulsada en la ciudad de Pontevedra, peatonalizada en 1999 por el gobierno de Miguel Fernández Lores, para favorecer que niños y niñas puedan ir al colegio de forma autónoma, que cuenta con la colaboración de comerciantes y hosteleros.
Al lado de limitaciones de tráfico con gran aceptación social enfocadas en reducir in extremis los drásticos índices de contaminación en el centro de Madrid, algunas peatonalizaciones se realizan enfocadas hacia un peatón consumidor (como la reciente de la calle Carretas de Madrid, situada junto a la Puerta del Sol). Son la antítesis de los pronósticos negativos para el comercio y tampoco se alinean necesariamente con un modelo humanizador de ciudad. “Peatonalizar nunca me parece mal”, explica Blanca Valdivia, “pero hay peatonalizaciones centradas en el consumo. Si pensamos en la zona de Sol, en Madrid, no hay un solo banco, que es un elemento básico para el peatón. Están pensadas para gente con capacidad de consumir y si tienen que descansar que lo haga en un sitio de pago. La movilidad es un elemento fundamental de la calidad de vida. Por eso además de pensar en peatonalizar calles como la Gran Vía madrileña hay que hacerlo en los barrios, en las que van al centro de salud o a los colegios. Es básico favorecer la movilidad peatonal”.

La segregación funcional , la dispersión y la desaparición de la complejidad urbana son una realidad impulsada, sobre todo, desde la Carta de Atenas, el manifiesto urbanístico firmado en 1933, ampliado y publicado por los arquitectos Le Corbusier y Sert en 1942, que determina los beneficios de una separación funcional de la ciudad en lugares de trabajo, vivienda, comercio y ocio. “El espacio público de nuestras calles está invadido por terrazas, motos, comercios… y el espacio para peatones es residual. La movilidad de los cuidados es peatonal, necesita recorridos claros y amplitud. Pero además, todo conduce al centro, incluida la red de transporte, en donde se localizan los equipamientos. La comunicación entre distritos de las ciudades que están al lado es muy difícil. La vida cotidiana se complica cuando tienes que desplazarte tanto para diferentes facetas de tu vida”, detalla Valdivia. Es un modelo ineficaz tanto a nivel social y de la economía de las personas, como a nivel medioambiental. “Además, todas las grandes ciudades acaban externalizando la gestión de sus residuos”, añade, “algo inasumible por una cuestión de justicia territorial”.

El urbanismo español siembra la periferia urbana de los años 80 de viviendas unifamiliares y conjuntos residenciales destinados a la burguesía o a la clase media que quiere mejorar su nivel de vida a un precio más asequible. Un modelo poco sostenible que sigue el de expansión americano posterior a la Segunda Guerra Mundial.

La morfología residencial de viviendas acomodadas, repetitiva y aislada de la diversidad humana, se consagra a la práctica desconflictivizada del día a día lejos de las pugnas y durezas de la ciudad de trabajo y también fuera de sus debates y riquezas.

En los años 70, la urbanista y poeta Dolores Hayden habla de cómo la ciudad americana ha sido organizada para separar la vivienda del lugar de trabajo y cómo las ciudades dormitorio y la ciudad laboral y financiera deben verse como una totalidad. “(Son) viviendas unifamiliares agrupadas en áreas segregadas por clases, atravesadas por autopistas y abastecidas por grandes centros y corredores comerciales. Dos tercios de familias americanas poseen sus viviendas gracias a largas hipotecas. Los hombres blancos cualificados están mucho más cerca de ser propietarios que los miembros de minorías y las mujeres”, escribe en ¿Cómo sería una ciudad no sexista? Especulaciones sobre vivienda, diseño urbano y empleo (1979).

Mario Espinoza: "Quien se está haciendo cargo de las cuestiones habitacionales son los movimientos sociales"

Ya entonces Hayden describe con nitidez un problema de permanente actualidad, la enormes dificultades para que una persona con hijos, en concreto, una mujer con hijos, desarrolle las diferentes facetas de la vida fuera del modelo nuclear de familia. “Un entorno que incluyese viviendas, servicios y trabajo podría resolver muchas dificultades, pero el existente sistema de servicios gubernamentales (…) casi siempre asume que la familia tradicional con un varón trabajador y una esposa no remunerada es el objetivo que debe lograrse o simularse”. Este simulacro se mantiene. La fantasía de que hay alguien que cuida de los niños y niñas y de las personas mayores mientras los miembros laboralmente activos de la familia desempeñan su trabajo remunerado se sigue sosteniendo sobre la realidad de una élite.

José María Aznar liberaliza el suelo con la ley de 1998, dando alas al urbanismo salvaje, cuyas consecuencias todavía experimentan los ciudadanos. Nadie decide emplear los cerca de 80.000 millones aportados para rescatar a los bancos en asumir las viviendas para un uso social en lugar de propiciar la venta a fondos buitre.

La desigualdad social va pareja al modelo de ciudad neoliberal y ha aumentado en los últimos quince años en la mayoría de zonas urbanas del planeta. En España, sigue incrementándose, a pesar del crecimiento. Tres de cada diez personas se encuentra en este territorio en riesgo de exclusión social.

Cuando analizamos de forma conjunta la articulación de las políticas de vivienda y las formas de construcción de ciudad, resulta fácil descubrir en ellas las improntas propias del modo de producción capitalista, es decir, sus estrategias de reproducción y acumulación sobre el espacio urbano.

Mario Espinoza Pino, filósofo e investigador social, autor de De la especulación al derecho a la vivienda. Más allá de las contradicciones del modelo inmobiliario (Traficantes de Sueños, 2018) toma Madrid como espacio de análisis, homologable a otros procesos de gentrificación y turistificación, semejante a otras ciudades escaparates neoliberales, pero con algunas especificidades extremas. “El entorno metropolitano madrileño es la zona más segregada de Europa. Hay unos saltos cualitativos de renta y de déficits habitacionales dentro de Madrid. Hay rentas elevadísimas en Pozuelo y bajísimas en territorios pegados a él. Hay una cicatriz que divide el norte del sur-sureste, muy poco equipado y que surte de vertedero. La imagen habitual de Madrid, que es el centro, se desmitifica en el sureste”.

“La vivienda se ha convertido en bien especulativo frente a lo que dice la Constitución española”, sostiene Espinoza. “Vemos desahucios, suicidios, es una tendencia inscrita dentro del modelo español. El mercado inmobiliario vuelve a crecer sobre las brasas de la crisis, que no se ha cerrado, y crecerá el empobrecimiento. No es un problema técnico, es político. Un ayuntamiento debe ser capaz de abordar un censo de casas vacías, como recoge la PAH en su propuesta de ley, con una política fiscal agresiva con tenedores de casas vacías, hacer un parque público de vivienda, movilizar la vacía hacia el alquiler social, algo que regularía los precios de forma inmediata. Es indignante lo que sucede en Madrid. Un desahucio conlleva la desposesión de un hogar, de los vínculos barriales, de la posibilidad de una vida digna. Quien se está haciendo cargo de las cuestiones habitacionales son los movimientos sociales”.

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