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Cómo evitar la 'trampa' de las aplicaciones de autodiagnóstico de trastornos mentales

La pandemia de la covid-19, los recortes en la sanidad pública, el miedo... Parece que todo vale para algunas compañías que "pescan" a los más vulnerables mediante aplicaciones en redes sociales con el fin de hacer caja. Es importante saber que ningún test puede diagnosticar enfermedades mentales.

Recreación de un médico y un menú de aplicaciones.
Recreación de un médico y un menú de aplicaciones. Dreamstime. (CC0)

La salud mental se está convirtiendo poco a poco en un lujo, un bien al que se accede previo pago, en lugar de un derecho. La situación de incertidumbre causada por la pandemia de la covid-19 ha desatado un incremento de ofertas y, en concreto, de aplicaciones que se anuncian como una herramienta de autodiagnóstico de algo tan delicado y grave como la salud mental. Ya hay voces que alertan de ello.

Recientemente, el diario Financial Times publicó una columna en la que denuncia las prácticas de Cerebral, una compañía tecnológica de San Francisco (EEUU) que se anuncia en TikTok en EEUU como una herramienta para comprobar si una persona joven tiene, por ejemplo, los síntomas más comunes del trastorno de déficit de atención.

Es más, la base del negocio de dicha aplicación es derivar al usuario a tratamientos de pago como 'solución' a su problema 'diagnosticado'. Pero ¿se puede autodiagnosticar dolencias psiquiátricas mediante una 'app'? La respuesta es un no rotundo.

Según el catedrático y jefe de Psiquiatría del Hospital 12 de Octubre de Madrid Gabriel Rubio, "un test, como mucho, puede hacer un cribado: si usted responde positiva o negativamente a todo esto, vaya al médico no sea que tenga una depresión". "Ningún cuestionario es capaz de diagnosticar en Psiquiatría", sentencia, y añade: "Los diagnósticos en este área son muy difíciles porque no tenemos pruebas complementarias".

"Si un paciente va al médico de primaria, éste le interrogará, le explorará y podrá pedir una serie de pruebas complementarias para afianzar los posibles diagnósticos que él tenía en la cabeza cuando hizo la entrevista y exploró a dicho paciente", explica este especialista, que añade: "En Psiquiatría no es así, si uno viene a la consulta del psiquiatra y dice que lleva tres semanas muy triste, que no duerme, con sentimientos de culpa, que está mal... yo puedo también pedir pruebas complementarias pero no son para confirman ningún diagnóstico sino para descartar o excluir otras dolencias".

Y hay que tener en cuenta, sobre todo, el contexto: si hay un momento de estrés en el trabajo, o ha muerto un familiar o incluso una mascota, eso no tiene por qué constituir con diagnóstico de depresión mayor sino que puede ser un cuadro adaptativo o un duelo. "Por esa razón jamás un test puede diagnosticar trastorno mental alguno", asegura el doctor Rubio.

Estafas y mercados

Los asuntos de salud son demasiado delicados e importantes como para dejarlos en manos de 'influencers'; la empatía que despiertan las enfermedades es un campo abonado para estafas tan sonadas como el de la pequeña Nadia, cuyos padres fueron condenados en 2018 por enriquecerse a costa de la enfermedad de la niña tras pasear su caso por televisiones y periódicos, o el de la célebre 'instagramer' australiana Belle Gibson, que fingió un cáncer a principios de la década pasada que reconoció falso tras haberse forrado a base de donaciones.

"Hay poca información y poca formación", lamenta el doctor Rubio. Además, a partir de la pandemia de covid, de sus efectos y de los confinamientos en todo el mundo, la salud mental aparece como una enorme oportunidad de negocio que aún está por explotar.

No sólo existen las estafas, sino que hay toda una industria tecnológica, médica y farmacéutica muy pendiente de localizar la atención de sus potenciales clientes. La citada columna del FT denuncia que quienes terminan convencidos de que tienen una enfermedad mental determinada son un objetivo de los algoritmos de las plataformas de internet, que detectan ese interés y envían al usuario gran cantidad de contenidos relacionado con su supuesta dolencia, lo que genera a su vez un importante "sesgo de confirmación". Y a partir de ahí se ofrecen remedios para mejorar la atención o potenciar la memoria que no funcionan.

"Eso pasa incluso para padres", afirma el doctor Rubio, "por ejemplo, ahora que está de moda el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), cualquier adolescente puede consultar qué síntomas tiene", de modo que puede identificarse fácilmente con ellos simplemente porque hay problemas con los padres, o en la escuela, incluso con los amigos". "Incluso los adultos presentaríamos manifestaciones clínicas de TDAH en contextos en donde hay preocupación, cuando tenemos la atención en otro sitio, etc", añade el especialista. Y nada de eso es determinante para un diagnóstico de TDAH.

La "víctima" termina "autotratándose" con remedios contra lo  "autodiagnosticado".

Es decir, el asunto es tan perverso que la "víctima" termina "autotratándose" con remedios que supuestamente combaten lo que se ha "autodiagnosticado".

Todo lo anterior supone un círculo vicioso que abre un creciente mercado de soluciones y remedios más o menos caros que, como afirma el doctor Rubio, "normalmente no sirven para nada". Además, alerta de que detrás de todo este tinglado subyace la idea "perversa" del "querer es poder", del "si tú haces esto puedes conseguir esto otro": las redes ofrecen soluciones rápidas a problemas muy complejos de la vida, lo que genera "una enorme frustración" a los usuarios.

No trastorno, pero sí frustración

Este especialista descarta que pueda producirse una 'profecía autocumplida', es decir, que el joven que crea tener un trastorno determinado acabe por padecerlo. "Imaginemos que un adolescente aprende los síntomas del TDAH, y como no hay una prueba diagnóstica especifica, logra confundir al médico de atención primaria y consigue que alguien te diagnostique ese trastorno", comenta el doctor Rubio, "y de esta manera el joven consigue más tiempo para los exámenes, por ejemplo".

Ello se denomina "beneficio secundario" en psiquiatría: el paciente obtiene sensación de pertenencia a un grupo especial, ventajas económicas, apoyo extra de familia y amigos o se libra de una responsabilidad.

En cualquier caso, como apunta el catedrático Mariel Rubio, "lo más normal es que los psiquiatras y psicólogos descarten" el trastorno que se ha autodiagnosticado el adolescente, y eso también "generará mucha frustración, ira, desánimo, pero no el trastorno que cree tener", apunta.

Riesgos

Lucía Velasco, directora del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI), dependiente del Ministerio de Asuntos Económicos y Transición Digital, comenta a Público que que "todo que sea salir de los cauces de la medicina y la salud tiene un riesgo altísimo; para eso están los profesionales, no puede ser que estemos educándonos basándonos en vete a saber qué".

Hay que estar especialmente alerta ante "contenidos elaborados por gente no cualificada". "Además", añade, "la máxima difusión que alcanzan algunos de ellos en redes sociales hace que llegue a todo el mundo". Velasco recuerda que normalmente la gente "asocia popularidad con veracidad: si tanta gente comparte este contenido está de alguna manera verificado, será que algo de razón hay ahí".

Para la responsable del ONTSI, la magnificación de los contenidos hace que algo residual se viralice, y ahí hay un problema. "La salud mental, además, se ha visto afectada en general por la pandemia de la covid-19, pero es que la desinformación médica se ha disparado en general (negacionistas, antivacunas...) y todo ello es evidentemente peligroso".

"Crear sociedades enfermas"

En función de dónde aparezcan promocionadas esas aplicaciones de autodiagnósico puede suponer un peligro incluso mayor. Para Velasco, "parece que se pretende crear sociedades enfermas: es decir, el hecho de rellenar un test y que un o una adolescente responda que le cuesta concentrarse no tiene por qué resultar que sufre un déficit de atención o un trastorno ADHD".

Es otro ejemplo de salud como un negocio: en este caso, ya no sólo mediante el uso de una aplicación concreta o una publicidad determinada, sino la introducción de una creencia para la que la industria farmacéutica puede tener una 'solución'. Y todo ello al margen de las autoridades sanitarias.

"Lo que hay que hacer es reforzar la sanidad púbica y especialmente la salud mental"

Lucía Velasco detecta una derivada clara: un contenido falso para indicar una dolencia, con consejos o 'tips' para ver si hay una enfermedad; lo siguiente es conseguir que el usuario se considere enfermo y pida ayuda; y por último hay claramente una oportunidad de negocio para las compañías farmacéuticas, que posicionan sus productos para 'remediar' dichos males.

"Ya no es el sistema médico, sino las aplicaciones y los prescriptores sociales (o 'influencers') quienes generan espacios comerciales que pueden causar crisis de dependencias de medicamentos que los usuarios no tienen necesariamente que tomar", apunta Velasco, que denuncia que "este tipo de mensajes parecen encaminados a 'enfermar' a la población".

"Lo que hay que hacer es reforzar la sanidad púbica y especialmente la salud mental", exige la directora del ONTSI, que alerta: "La educación en temas generales --como sexualidad, la salud mental o la diversidad de géneros-- no está en el aula o en el hogar, sino que los jóvenes aprenden en espacios como las redes sociales, los canales de YouTube o TikTok; ahí, en esos espacios, no hay una narrativa educativa".

[NOTA DEL REDACTOR: Quien escribe esta crónica está en tratamiento y diagnosticado con un trastorno disociativo fruto de un episodio de estrés postraumático. Gracias a la sanidad pública y a un adecuado equipo de profesionales puede paliar los síntomas y desempeñar normalmente su profesión. En caso de duda, siga siempre las recomendaciones de su médico de atención primaria].

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