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Actualizado:La arquitecta Belén Moneo (Madrid, 1965) advierte de que es necesario un nuevo modelo de ciudad donde prime el ser humano. Por ello, la responsable de Moneo Brock Studio aboga por peatonalizar las urbes y desterrar los coches en la serie de entrevistas Hoy es el futuro, donde se plantea cómo deberían construirse las viviendas, las empresas, los hospitales y las residencias de ancianos tras la pandemia del coronavirus. Según ella, esa ciudad ideal —verde y sin humo, a pie o en bicicleta— "está en nuestras manos", pero depende de la voluntad política.
¿Nos siguen valiendo los mismos planos de hace cuatro meses?
Desde el punto de vista de la arquitectura, tenemos una oportunidad única. Ha sido una de las cosas buenas que nos ha traído esta pandemia, porque otras muchas lógicamente han sido muy negativas. Hemos visto que la ciudad puede transformarse y ser maleable; que es posible diseñarla para que sea útil para el ciudadano; y que el espacio público es mucho más grande de lo que pensábamos, porque la hemos visto vacía y sin vehículos. Un espacio enorme dominado por el coche, cuya ausencia es maravillosa, porque además nos hemos dado cuenta de que el tráfico es responsable de la mala calidad del aire.
Ahora, en cambio, la naturaleza ha vuelto a una urbe llena de verde y de pájaros. Queremos conservarla así, por eso es una gran ocasión para replantearnos un nuevo modelo de ciudad y de urbanismo. El problema es que los políticos no están a la altura de las circunstancias y les da mucho miedo tanto el cambio como su base política, porque piensan que no lo va a entender, aunque ellos a veces perciban sus beneficios.
Un ejemplo es Madrid, donde no se ha hecho nada de nada desde la aparición del coronavirus. Parece que sus gobernantes han ignorado el cambio que se ha producido, con todas esas personas que han disfrutado saliendo a pasear y a montar en bicicleta, cuyas ventas se han multiplicado.
Sin embargo, el Ayuntamiento ha estado de brazos cruzados y no ha hecho vías provisionales —simplemente con pintura, sin necesidad de hacer obras— para peatones y ciclistas, como exigen las asociaciones. Así, los coches volverán a tomar las calles sin haber aprovechado esta oportunidad única, porque todo el mundo habría entendido que se llevaran a cabo cambios.
Perdone que la encierre de nuevo en casa. ¿Cómo tendrían que ser las viviendas del futuro? Más allás de los balcones y las terrazas, ¿deberían tener más luz y más ventanas, más ventilación y más espacios comunes?
Eso sería ideal, incluida una mayor flexibilidad dentro de la vivienda, pero no estoy muy segura de que se vaya a conseguir tan fácilmente. Porque...
... porque construye quien construye.
Claro, al final la economía manda y el metro cuadrado vale dinero… Ahora bien, hay medidas que pueden ayudar. Por ejemplo, durante los últimos cuarenta años el Ayuntamiento de Madrid miró hacia otro lado cuando muchas terrazas se cerraban ilegalmente. No ha habido ningún tipo de control, aunque ahora podría incentivarse que se volvieran a abrir, con incentivos, apoyos o subvenciones.
No solo es bueno en este momento de confinamiento —en el que nos hemos dado cuenta de la importancia del contacto con la vegetación, el aire, el sol o la ventilación natural—, sino también en cualquier época, porque asea la ciudad y nuestro propio edificio. Obviamente es fundamental que haya más luz natural y, en un clima como el que tenemos, más ventilación cruzada. Y, por supuesto, mayores casas, especialmente si vamos a trabajar en ellas.
No obstante, esos espacios amplios irían acompañados de unos precios más elevados. O sea, aumentaría la brecha económico-social, porque no todo el mundo podría permitirse vivir en esos entornos más protegidos.
Claro, no se lo puede permitir todo el mundo. Por eso hacemos tanto hincapié en la renaturalización de la ciudad. Hay que conseguir que a menos de doscientos metros de tu vivienda haya siempre un pequeño parque. De ese modo, la gente que no tiene una terracita podría disfrutar de una visual. Madrid presume de tener muchos árboles, pero hay calles y barrios sin ellos. Por ello hay que esforzarse por traer el verde a la ciudad. Porque hay muchos sitios donde podría haber jardineras y árboles, como en terrenos no construidos, intersecciones de calles, etcétera.
Durante el confinamiento, redescubrimos nuestras viviendas y advertimos que hablan. Me refiero a esos sonidos que antes no percibíamos porque trabajábamos fuera o teníamos otros horarios. ¿Habría que aislarlas frente al ruido, tanto el procedente de los vecinos como del exterior?
Hay un gran parque de viviendas de mala calidad porque se construyeron en momentos de pobreza económica y, por extensión, constructiva. Las paredes son demasiado finas, de modo que en esos pisos entra el ruido, pero también el frío o el calor. Algunas se pueden arreglar, por lo que estaría bien que se fomentara su arreglo con ayudas, porque mejoraría la calidad de vida de los residentes. De hecho, se ha impulsado el ahorro energético mediante el revestimiento de fachadas y la instalación de nuevas ventanas, que contribuyen a amortiguar el ruido, al menos el de la calle.
En ciudades como Sao Paulo se ha hablado de una cuarentena de clase. Es decir, quien tiene dinero puede confinarse, porque teletrabaja o le bastan sus ahorros. En cambio, mucha gente necesita salir a la calle para ganarse el pan, empezando por los vendedores ambulantes. Antes comer que protegerse.
Siendo además la clase alta la responsable de que el coronavirus viajara de país en país. Luego se lo contagiaron a las clases más bajas, que lo han terminado pagando mientras que las personas con mayor renta podían protegerse. Mejor dicho, hablemos de nosotros, porque no podemos excluirnos, pues hemos podido trabajar desde casa con todas las comodidades. Es mentira que el virus sea igualador, como sostienen algunos. Porque en muchos países, quienes tienen que buscarse el pan día a día no han podido confinarse.
Además, aquí o allá no todas las viviendas son iguales y esa disparidad evidencia la desigualdad.
Por supuesto. Se nota muchísimo y lo vamos a ver cada vez más claramente. En Estados Unidos, las clases más pobres —negros e hispanos— registran una mayor tasa de mortalidad, porque entre otros motivos no podían dejar de trabajar. Y eso lo veremos en México y en otros países.
¿Cómo deberían construirse los locales, los espacios públicos y los edificios de viviendas?
Es interesante ver como durante la pandemia hemos conocido a nuestros vecinos y nos hemos sentido una comunidad cercana. No podías ver a tu familia, pero sí a tus vecinos, con los que se hizo pandilla, por decirlo de alguna manera. Aunque sea en el subconsciente, en el futuro habrá una idea de comunidad. En las casas nuevas que se construyan seguramente podría potenciarse la idea de cooperativa.
Por otra parte, después de lo que ha pasado en las residencias de mayores, podría expandirse un modelo ya existente en Suiza: viviendas más pequeñas pero con zonas comunes más compartidas, como salas de estar o cuartos de juegos; con familias intergeneracionales o con mayores incrustados en un espacio donde habitan padres con niños pequeños.
Lo que antes era una familia extensa clásica ahora podría hacerse artificialmente, de modo que los vínculos no serían de sangre sino establecidos por personas que deciden vivir de esa manera.
Desde la perspectiva de las pandemias, la ciudad plantea varios problemas, como la densidad, la población flotante o la continua llegada —y la marcha— de nuevas personas.
Volviendo a la idea anterior, si hubiese otro confinamiento podrían hacerse islas de comunidades. Es decir, la actual isla de la familia —formada por tres, cuatro o cinco miembros— se ampliaría a quince o veinte personas, de tal manera que se distribuyan las tareas y solo unas pocas tengan que salir a la calle. Así se protegería a la gente mayor, aunque también a nosotros mismos, al tiempo que se combatiría el problema de la soledad.
"El coronavirus es una oportunidad para replantearnos un nuevo modelo de ciudad y de urbanismo, pero los políticos no están a la altura y les da miedo"
Respecto a tu pregunta, no podemos abandonar el modelo de ciudad, porque es mucho más sostenible. Pero podrían instalarse ascensores autolimpiables después de cada uso, una medida que también sería aplicable a espacios pequeños o estrechos, como los pasillos. O, en el exterior, a los vagones del metro. Porque si esta pandemia dura mucho tiempo o sufrimos otra, el transporte público deberá ser funcional.
Muchos locales comerciales están cerrando, lo que acelera la especulación: algunos ya no luchan por resistir e impedir que les suban los alquileres. Directamente echan la persiana porque no pueden aguantar tanto tiempo con nulos o escasos ingresos, por ejemplo un bar sin terraza. ¿El coronavirus como gasolina para la gentrificación y la turistificación?
Está claro.
Ya no hace falta expulsarlos, porque algunos no pueden resistir y se van por su propio pie .
Por eso deberían recibir ayudas, extender los ERTE y adoptar otras medidas. Ahora bien, los propietarios de los locales siguen cobrando los alquileres, con lo cual...
Lo de la gasolina no era un guiño, aunque usted ha diseñado y construido gasolineras.
Sí, pero también hemos hecho una iglesia [risas].
¿Con qué proyectos se siente más realizada?
Es muy frustrante cuando haces la arquitectura, pero no el interiorismo, porque el proyecto se queda cojo. Los más satisfactorios son los que hemos podido completar, a veces incluso con piezas de diseño propias, como sucedió con la iglesia de Monterrey (México). Independientemente del programa, todos requieren solucionar problemas, por lo que cualquiera puede ser emocionante. Eso es lo que me gusta de mi trabajo.
No tenemos unos proyectos preferidos [habla en plural, pues Belén Moneo fundó su estudio junto a su pareja, el arquitecto Jeff Brock], aunque tanto la citada parroquia como la gasolinera de San Agustín de Guadalix (Madrid) son obras complejas que se prestan a ser plásticas.
Es decir, te permiten trabajar con las estructuras y con los sistemas constructivos, por lo que resultan plásticamente interesantes por su forma, por las propuestas que puedes plantear y porque te dan más libertad que diseñar unos adosados. Pero bueno, también nos gusta hacer adosados, ¡eh! [risas].
¿No deberíamos vivir cerca del trabajo para evitar grandes desplazamientos?
Eso sería lo ideal. Es la otra baza que tienen ahora las ciudades: apoyar que la gente —o al menos uno de los cónyuges— viva al lado de su trabajo. Es decir, la ciudad de los quince minutos, que te permitiría desplazarte a tu empresa caminando. Hay que fomentar que la urbe se densifique más, porque así más personas podrían ir andando a su trabajo.
Para ello, se debe posibilitar la diversificación de usos, porque ahora está muy reglamentado dónde se puede vivir y dónde se puede trabajar, de modo que hay zonas en las que no se pueden desarrollar ambas actividades. Sin duda, el teletrabajo también va a ayudar a mejorar la sostenibilidad de la ciudad, porque permitirá la conciliación familiar y reducirá los desplazamientos.
Hay quien defiende que vivir en ciudades es más sostenible, por el coste que supone dotar de servicios a pequeños pueblos aislados.
Implica mucho más gasto para el resto de la población, que debe realizar una inversión para que muy pocas personas dispongan de servicios en lugares aislados. En paralelo, como país deberíamos cambiar nuestro modelo económico, o sea, apostar por el sector agrícola y aumentar la producción industrial para ser más autosuficientes. Un ejemplo reciente fue la falta de mascarillas, que podrían fabricarse en España, al igual que otras muchas mercancías que importamos. Si algunos pueblos cultivasen, produjesen o fabricasen determinados productos, podrían vivir de ello y tener un futuro.
Sin embargo, ¿no cree que tras el coronavirus alguna gente se irá a vivir a las afueras? A urbanizaciones, a adosados o a casas aisladas, a pueblos cerca de la ciudad o de la España vaciada, incluso a sus lugares de origen... En definitiva, a espacios más abiertos.
Seguramente sí. Y, de nuevo, ahí tenemos una buenísima oportunidad. Me gustaría que se fomentara la rehabilitación de los pueblos. Es decir, no abogo por construir nuevas casas aisladas en medio del campo, sino por usar el parque que ya está construido. Reutilicemos los pueblos y rehabilitemos las casas preciosas que están abandonadas. Y habría que intentar que la gente se vaya a vivir a ellas, no que sean segundas residencias. Lo bueno del teletrabajo es que a lo mejor nos permitirá vivir una temporada en el pueblo y otra en la ciudad.
Habitar realmente los pueblos, algo que considera positivo, ¿no?
Si eso nos lleva a darle vida a los pueblos, es positivo. Sin embargo, tiene su lado negativo. Al igual que tenderemos a abandonar los coches y a alquilarlos solo para hacer un recado, sería una pena que las viviendas estuviesen vacías. En todo caso, creo que es mejor reusar que construir algo nuevo.
"La clase alta fue la responsable de que el coronavirus viajara de país en país, pero lo ha pagado la gente con menor renta"
Además, para los arquitectos es muy emocionante trabajar con ese material. Puedes hacer una obra moderna dentro de una vieja estructura, como un collage. Porque muchas de esas casas no forman parte del patrimonio protegido, por lo que se puede mezclar la arquitectura contemporánea con la arquitectura antigua —o, mejor dicho, existente—.
Volvamos a la urbe. En paralelo a la futurible huida al exterior, ¿qué pasará con los centros de las ciudades? En pleno proceso de gentrificación y turistificación, si algunos vecinos se fuesen a los pueblos, ¿seguirían subiendo los alquileres en Madrid, Barcelona, Valencia...?
Estamos a tiempo —especialmente en Madrid— de intentar que no se vayan los residentes. Hay que conseguir que se queden por todos los medios —dándoles incentivos, si hiciese falta— y evitar que el centro sea tomado por los turistas. No obstante, la gentrificación es más difícil de controlar que la huida de los vecinos, por una cuestión de precios.
En todo caso, tampoco es malo que venga gente de fuera a ocupar el centro si antes apenas había residentes, sobre todo jóvenes y familias. La ciudad necesita esa diversidad y que la vivan sus habitantes, no los turistas. En realidad, los propios turistas quieren ver a los madrileños, no visitar un parque de atracciones. Respecto a los alquileres, habían subido mucho y quizás bajen ligeramente, lo que podría provocar que el centro sea más asequible para todo el mundo.
¿Cómo deberían ser los hospitales y los centros de salud?
Aunque muchos son antiguos, ya hay una tendencia a que los hospitales sean más humanos. Los espacios tienen un impacto muy importante en la recuperación de los pacientes. La humanización de los centros médicos va en muchas direcciones, incluida la arquitectónica. Sin duda alguna, las habitaciones deberían tener luz natural, ventilación y, si fuese posible, vistas. Que sean asépticas por una cuestión de higiene no está reñido con un buen diseño ni con unos materiales y colores agradables. Algo extensible a las salas de espera o a las zonas para los visitantes.
De hecho, en el concurso del nuevo hospital de La Paz ya se hace bastante hincapié en estas necesidades, haciendo patios interiores con luz natural en los pasillos y evitando que sea laberíntico. Porque a veces en estos edificios falla la orientación —o sea, saber dónde estás tú y dónde está el exterior—, lo que los convierte en laberintos inhumanos.
¿Y las residencias de ancianos, ahora con la sombra del coronavirus en el cogote?
En la arquitectura, antes de la covid-19 ya había un interés en abrirse a nuevos modelos. Por ejemplo, que la gente pueda quedarse en sus casas. Es decir, alguien podría comprarse a los setenta años un espacio que podría ir transformando y habilitando para residir en él hasta los noventa o cien años. Formaría parte de una comunidad donde habría una clínica, un gimnasio y todo tipo de servicios, de modo que te mudarías pero seguiría siendo tu casa. Quizás sea una opción de lujo...
De hecho, ya hay cooperativas de mayores que viven en edificios o urbanizaciones donde disponen de esos servicios y, además, unos se cuidan a otros.
Claro. El coronavirus nos ha enseñado la realidad espantosa de algunas residencias. No queremos que nuestros padres vivan de esa manera, aunque nosotros mismos tampoco deseamos acabar así de ninguna manera. Va en contra de lo que había sido la familia española tradicional, si bien hay varios motivos que explican el problema.
"Debemos mimar a los empleados porque son nuestro recurso más preciado"
Las viviendas se han ido reduciendo, los pisos son muy pequeños y no hay espacio para acoger. Además, la forma de vida que llevamos impide que podamos convivir con nuestros padres. Por eso debemos ir hacia nuevos modelos, que no tendrían por qué ser de lujo.
Antes ponía el ejemplo de las viviendas intergeneracionales en Suiza, donde los residentes se ayudan los unos a los otros, incluidos los mayores. Porque una persona de avanzada edad podría cuidar de tus niños, cocinar o realizar otras labores para las que a lo mejor tú, que eres más joven, no tienes tiempo. En definitiva, un intercambio positivo.
¿Los edificios de oficinas serán iguales? ¿Seguirán construyéndose ciudades-empresas? ¿O iremos a un modelo mixto o al teletrabajo?
Sin duda, iremos a un modelo mixto. Espero que no se apueste por otros modelos, porque ninguno hizo un plan de movilidad. Imagínate a cinco mil trabajadores de la Ciudad del Santander desplazándose en coche porque no hay un buen servicio de autobuses... ¡El tremendo incremento del tráfico que provocan en la zona!
¿Cómo repercutirá ese modelo —y el coronavirus— en el pequeño comercio?
Los urbanistas pedimos que todos nos demos cuenta de que la ciudad es el barrio, así como de sus beneficios. Ese barrio puede ser tanto el de tu trabajo como el de tu vivienda. Es mil veces más agradable currar cerca de casa y, por ejemplo, poder hacer recados a la hora de comer. Las empresas van a aprender a valorarlo: debemos mimar a los empleados porque son nuestro recurso más preciado.
En todo caso, ya antes de la covid-19 tendríamos que haber valorado el pequeño comercio, porque los centros comerciales son unas estructuras anticiudad. Además, el comercio electrónico hace mucho daño tanto a los centros comerciales —que no nos importan— como a las tiendas de barrio. Por eso es tan importante que en las ciudades apoyemos la peatonalización. No tanto en el sentido de cerrar las calles como de poder caminar de forma fácil y agradable.
Si la gente pasea o usa la bicicleta, el pequeño comercio sale beneficiado. Todo es un ciclo cuyo objetivo sería hacer más humana la ciudad, a la vez que es bueno económicamente, porque el comercio depende de la vitalidad de la calle.
Un concepto en el que incide la arquitecta Cristina García Fontán, quien defiende que la peatonalización y la recuperación del espacio verde redunda en una vida más saludable. Es más, considera que tras el paseo impuesto por el coronavirus la propia sociedad demandará más espacios para caminar.
Efectivamente, es así al 100%. Lo que no entiendo es que los políticos no se hayan dado cuenta todavía. La gente sigue paseando a las ocho de la tarde, un ejercicio muy saludable para quienes padecen ciertas enfermedades, como las relacionadas con el corazón. Fomentar los paseos y mantener el aire limpio suponen una inversión en la salud pública.
García Fontán también aboga, como coordinadora del Grado en Paisaje de la UDC, por el urbanismo táctico. Es decir, intervenir en la ciudad de una forma blanda —con pintura, vegetación y elementos móviles— para que el peatón y el ciclista ocupen el espacio del coche. Además de barato, es una forma de fomentar la participación de los vecinos, quienes serían protagonistas por partida doble de la reapropiación del espacio público.
Es muy interesante, pero será muy difícil en nuestra ciudad, sobre todo con...
¿En Madrid?
Sí, sí, en Madrid... [risas]. Sin embargo, en otras ciudades como Pamplona, Oviedo o Granada lo han hecho. Por ejemplo, Barcelona ha habilitado durante el confinamiento veintiún kilómetros de carriles bici y ha ampliado algunas aceras.
¿Por qué será tan difícil hacerlo en Madrid?
Porque hay una presión muy grande del lobby del automóvil, que apoya al PP, actualmente en el Ayuntamiento. Es decir, parte de la base de sus votantes es vehicular. En Madrid la gente está acostumbrada a coger el coche para ir a por el pan. Tenemos que luchar contra esa costumbre. No solo en la capital, sino también en las ciudades de la periferia, porque puedes dar un paseo y hacer la compra.
Hay que romper algunos esquemas y los Ayuntamientos podrían fomentarlo. Por ejemplo, si reduces las plazas de aparcamiento, fuerzas los desplazamientos a la ciudad en transporte público. Algo beneficioso, porque un mayor uso del bus, del metro o del cercanías implicaría que mejorasen el servicio para atender esa demanda.
¿Qué será de los espacios públicos cerrados que acogían convenciones, ferias o macroconciertos? Y, para ir terminando, enlazo con otra pregunta: ¿cómo podrían afectar esta y otras futuras crisis a la arquitectura? ¿Cree que se construirá de forma distinta?
Volviendo a las oficinas —un tema que está relacionado con lo que preguntas—, la crisis del coronavirus nos llevará a plantearnos que debemos ser muy rigurosos con la limpieza y el mantenimiento del aire acondicionado. Hay que verificar que sea limpio y saludable.
"Es muy difícil peatonalizar Madrid porque hay una gran presión del lobby del coche, que apoya al PP, actualmente en el Ayuntamiento"
Una cuestión, ya abordada antes de la pandemia, que entronca con la sostenibilidad. Tenemos que intentar que nuestros edificios no sean cerrados, sino abiertos. Utilicemos el maravilloso clima de buena parte de España para poder ventilarlos de manera natural durante muchos meses al año. Es totalmente factible, por lo que en el futuro creo que no diseñaremos estructuras herméticas, porque no son sanas.
Sin embargo, es verdad que en la arquitectura ha influido la modernidad y a veces ha estado demasiado subyugada a los avances tecnológicos. Un ejemplo es la instalación del aire acondicionado en los años cincuenta —aunque aquí llegaría en los ochenta— como la solución más avanzada, si bien ahora vemos que nos hemos equivocado. Lo avanzado, en cambio, era lo tradicional: una arquitectura pasiva, sostenible y respetuosa con el medio ambiente, tanto en el uso de materiales como en la ubicación de las construcciones.
¿Vislumbra la ciudad del futuro? O, al menos, el ideal de ciudad.
Sin duda, será una ciudad más verde y saludable, donde habrá muy pocos coches —compartidos— y mucha gente caminando, muchas bicicletas y mucho transporte público. Esa ciudad no queda tan lejos. Está en nuestras manos que sea posible en cinco años.
Sus obras figuran en el libro Breaking Ground. Architecture by Women, de Jane Hall. ¿Hay algún signo distintivo? ¿La mujer construye distinto?
Es una pregunta difícil...
Lo que parece difícil es la respuesta.
Pues sí [risas]. No sé si podré contestar, porque quizás no hemos sido tantas arquitectas como para poder haberlo analizado, ni tampoco ha habido suficiente obra para distinguir esas características.
En todo caso, no creo que nosotras construyamos de forma distinta. El trabajo depende del carácter de cada uno. Tanto las mujeres como los hombres pueden tener una vena más o menos artística, más o menos técnica, más o menos vinculada a la ingeniería... Depende de su bagaje y de dónde viene. En fin, no sé si tiene tanto que ver con el sexo como con la educación.
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