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La resaca de la crisis de Ceuta un año después

Mohamed y Alí son dos de los menores marroquíes que todavía viven en la calles de la ciudad. Entraron durante el caos del pasado mayo, cuando Marruecos dejó cruzar a más de 10.000 personas a nado para forzar una crisis diplomática que ha acabado ganando. Más de 300 menores siguen acogidos en Ceuta.

Mohamed (nombre ficticio) se sienta en las rocas cercanas al puerto de Ceuta. Vive en las calles de la ciudad desde que entró durante la crisis fronteriza con Marruecos del pasado mayo.
Mohamed (nombre ficticio) se sienta en las rocas cercanas al puerto de Ceuta. Vive en las calles de la ciudad desde que entró durante la crisis fronteriza con Marruecos del pasado mayo. Belal Darder

Como cada día, Mohamed espera en la puerta de un supermercado cercano al puerto de Ceuta para ver si alguien necesita ayuda con la compra. Es su única forma de conseguir algún dinero con el que salir adelante. Visiblemente tenso, se afana en contar las monedas y billetes ganados los últimos días que va sacando de los bolsillos, pero no suman ni 40 euros. Necesita 70 para comprarse un teléfono nuevo y llamar a sus padres, en Tánger. Están a punto de perder la casa de su abuela, a la que cuidaban. Murió hace poco y ahora sus tíos quiere su herencia y venderla. Sus padres perderían lo poco que tienen y él se quedaría sin un hogar al que volver. Está preocupado. Aunque regresar no es una opción, al menos de momento.

Mohamed, que en realidad no se llama así, tiene 17 años. Ya hace un año que logró entrar en la ciudad autónoma, pero de momento ese ha sido el final de un incierto viaje. "Crucé durante el Hajma", dice, "el ataque", así define lo que ocurrió en Ceuta durante el 17 y el 18 de mayo de 2021. No le falta razón. En aquellos días, Marruecos comenzó una ofensiva diplomática y fronteriza contra España al descubrirse que Brahim Ghali, líder del Frente Polisario y entonces enfermo de coronavirus, estaba siendo tratado en un hospital navarro. Mohamed, como tanto otros, fue arma y al mismo tiempo víctima de la batalla que Rabat ha terminado ganando a Madrid.

Tras más de dos años de cierre, los pasos fronterizos de Ceuta y Melilla se abren progresivamente. Justo hoy, el mismo día pero un año después que Marruecos hizo desaparecer la frontera de Ceuta durante dos días. La reapertura escenifica el fin de las hostilidades después de arduas negociaciones, aunque la fecha elegida más parece un recordatorio que una casualidad.

Aquel viaje secreto para tratar a Ghali, por el que todavía hay abierta una investigación judicial, sirvió al rey alauí para plasmar de quién depende el control migratorio en la frontera sur española. Ha usado esa palanca de forma intermitente en el Estrecho y el mar de Alborán, en la valla de Melilla y en la ruta migratoria hacia Canarias. Aunque nunca con tanto descaro y efectividad como hace un año.

De los más de mil menores que cruzaron todavía quedan 329 acogidos por la ciudad autónoma

No solo ha conseguido más fondos españoles y europeos para su trabajo de gendarme migratorio. También ha logrado una de sus máximas aspiraciones, un radical giro de España en su postura sobre el conflicto del Sáhara Occidental casi medio siglo después. Es el precio que el Gobierno ha pagado para "normalizar" las relaciones con su "estratégico y fiable" vecino, apoyar la propuesta de Rabat, que se haría con la soberanía de los territorios de la antigua colonia española a cambio de cierta autonomía para el pueblo saharaui, condenado al exilio en el desierto o a la represión en la zona ocupada por Marruecos. Un viraje que no ha gustado en absoluto a Argelia, hasta ahora, principal proveedor de gas para España, enemistado con Marruecos y país de acogida y soporte del Frente Polisario en el conflicto armado que retomó hace casi dos años.

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Un chaval marroquí llevado es retenido por un policía en las naves del Tarajal de Ceuta durante la crisis de mayo de 2021. Jairo Vargas

Más de 10.000 personas cruzaron a nado los espigones de la playa del Tarajal durante aquellos dos días de caos, no solo empujadas por Marruecos, sino también por las dificultades económicas tras más de un año de cierre de fronteras de Marruecos a causa de la pandemia. El Gobierno tuvo que movilizar al Ejército para contener la avalancha de personas. Llegaban en masa tras los rumores difundidos desde Rabat de que había vía libre para llegar a España.

Familias enteras, jóvenes, adolescentes y niños de muy corta edad se echaron al agua. Eran sobre todo marroquíes, pero también subsaharianos o yemeníes que aguardaban en Marruecos su oportunidad de alcanzar Europa. Muchos regresaron por voluntad propia a los pocos días, tras el desengaño y el hacinamiento en las naves del polígono industrial de Ceuta. Fueron los improvisados centros de acogida para los rezagados de la crisis, y la última de las naves ha sido clausurada hace solo unas semanas. Pero la mayoría fueron devueltos a la fuerza, en caliente, por policías y militares que no tuvieron inconveniente en expulsar a niños o a solicitante de asilo. Otros muchos lograron quedarse y, con el tiempo, llegar a la península.

Varios chavales marroquíes preparan la comida en uno de los bosques de Ceuta, donde viven tras la crisis fronteriza de 2021.
Varios chavales marroquíes preparan la comida en uno de los bosques de Ceuta, donde viven tras la crisis fronteriza de 2021.  Belal Darder

La resaca de aquel órdago marroquí sigue coleando un año después, cuando la crisis diplomática parece resuelta, aunque a un alto coste. Ha desgastado la estabilidad del Gobierno de coalición a cuenta de las devoluciones en caliente, pero sobre todo por el cambio de postura de España respecto al conflicto del Sáhara. Ha dado pie a que el Ministerio del Interior se saltara la ley para intentar devolver a los cientos de menores que regaban la ciudad y ha puesto a prueba el sistema de acogida de menores del país.

Prácticamente en solitario, la ciudad autónoma se hizo cargo de hasta 800 chicos y chicas de los más de mil que lograron entrar. Aunque el intento de expulsión del pasado agosto provocó el pánico entre muchos de la chavales acogidos y una parte importante escapó de los centros por miedo a ser devueltos.

Ahora quedan 329 niños en el sistema de protección de la infancia ceutí, que asegura que ha tramitado los permisos de residencia de todos. Poco más de 200, que estaban en Ceuta previamente, fueron trasladados a otras comunidades autónomas, aunque sigue sin establecerse un mecanismo de reparto entre regiones de estos menores solos y migrados, algo que también demanda Canarias desde hace más de dos años.

Objetivo: la península

Según varias organizaciones consultadas, todavía viven en las calles de la ciudad alrededor 30 chavales. Buscan el refugio de naves abandonadas o el abrigo de los bosques cuando el tiempo acompaña. Mohamed es uno de ellos. Pasó por alguno de los centros improvisados por la ciudad autónoma, pero decidió marcharse por las malas condiciones y la falta de expectativas. Su objetivo es la "España grande", la península, la tierra que en los días sin niebla es capaz de ver en el horizonte cuando se sienta en las escolleras del puerto. "Aquí, entre las piedras de esta playa, pasé mis primeras noches con otros chicos de zonas cercanas a Ceuta", recuerda.

Una voluntaria de la organización No Name Kitchen desinfecta una herida a uno de los chavales que aún quedan en las calles de Ceuta un año después de que Marruecos permitiera el cruce irregular de la frontera.
Una voluntaria de la organización No Name Kitchen desinfecta una herida a uno de los chavales que aún quedan en las calles de Ceuta un año después de que Marruecos permitiera el cruce irregular de la frontera. Belal Darder

En una cafetería del puerto donde cambia por billetes las monedas recaudadas, el chaval ve de forma gráfica que esto no es lo que esperaba cuando nadó ese medio kilómetro de mar de nadie. "Lo que quiero es llegar a Madrid y ponerme a trabajar allí. Después, enviar algo de dinero a mis padres en Marruecos", dice. Tras un largo silencio, lo remacha: "Voy a hacer eso". Y Alí (también nombre ficticio), de 16 años, compañero de sueños y de infierno, opina lo mismo. Siempre recuerda las vacaciones de verano, cuando volvía a casa uno de sus primos que trabaja en Francia. "Traía regalos para sus padres y sus hermanas. A mí también me gustaría hacer eso", comenta. Habla a veces con su familia y siempre le ruegan que vuelva, pero Alí no entiende para qué. "Allí solo puedo aspirar a tener comida y bebida. Nada más", zanja.

'Risky' en el puerto

Pero llegar no es fácil. Todo pasa por el puerto, desde donde salen los ferris, su trampolín a la península. Hace algunas semanas, Alí logró colarse en uno junto a varios colegas. Pasó la noche y la mañana escondido, pero el barco no se movía. Hambriento, exhausto y abatido, tuvo que jugársela de nuevo para salir del ferri, a donde llegar es toda una proeza para ellos. Lo llaman "hacer risky", porque es tan arriesgado que algunos han muerto ahogados tratando de nadar hasta el barco cuando zarpa, o aplastados al caer de los bajos del camión que sube al barco.

Alí (nombre ficticio) junto a otros compañeros marroquíes, en las escolleras cercanas al puerto de Ceuta, donde tratan de colarse en un barco con destino a la península.
Alí (nombre ficticio) junto a otros compañeros marroquíes, en las escolleras cercanas al puerto de Ceuta, donde tratan de colarse en un barco con destino a la península. Belal Darder

"Antes nos colábamos trepando por la gasolinera que está al lado del puerto, pero pusieron una alambrada", explica Mohamed. Ahora se cuelan por el "hofra", un agujero que han hecho en una de las vallas. No hay cifras oficiales de cuantos chavales han llegado a la península ocultos en los bajos de un camión que embarca, pero atendiendo si se miran los que llegaron y los que poco a poco fueron desapareciendo, han tenido que ser más de un centenar.

Otros han optado por métodos más arriesgados, y algunos, tampoco se sabe cuántos, han pagado el precio más alto. El pasado noviembre, cinco chavales se echaron al agua en una balsa hinchable para cruzar el Estrecho. Se llamaban Ahmed El Mehdi, Alae Akka, Tarik Rbati, Brahim Abughar y Yahya Laroussi. Tenían entre 15 y 17 años. Nadie ha vuelto a saber de ellos.






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