Este artículo se publicó hace 15 años.
Berlusconi teme su muerte política
El gobernante italiano recela de su lugarteniente Fini y de líderes del centro y de la derecha
Silvio Berlusconi se siente acosado. En Italia no se habla de otra cosa que de la posibilidad de que su fin esté cerca, y el primer ministro ve un enemigo en todo aquél que se atreve a llevarle la contraria. Él mismo alimenta la teoría de que hay un complot para echarle del poder y amenaza en privado con convocar elecciones anticipadas el próximo 21 de marzo, fecha de las elecciones regionales.
El político y magnate de la televisión está nervioso. Ataca al sector de la Iglesia más crítico contra él, se querella contra dos periódicos que le piden explicaciones por sus actos y asegura que hay una "confabulación" de los tribunales para mezclarle con la mafia y hasta con los atentados de los años 90 en Italia, que precedieron el colapso de los partidos clásicos y el nacimiento de su anterior partido, Forza Italia.
De paso, como para desalentar a sus posibles rivales, repite hasta la saciedad que es el mejor primer ministro de la historia de Italia, el más longevo en el poder y el más apreciado por los italianos.
Criticado en su partidoQuién le ha sacado definitivamente de sus casillas es su compañero en el partido Pueblo de la Libertad (PdL) y presidente de la Cámara de Diputados, Gianfranco Fini, quien le lleva la contraria desde hace meses y ahora le critica públicamente.
Fini compara el partido con un "cuartel militar" a las órdenes del general Berlusconi, se entiende y se pregunta por qué su jefe parece temer las investigaciones sobre la mafia.
Berlusconi se queja ante sus fieles de que Fini busca su "muerte política". También recela desde hace meses de la industria y de la banca, convencido de que el recambio ya buscado en caso de que él caiga sería el gobernador del Banco de Italia, Mario Draghi, o el ministro de Economía, Giulio Tremonti.
Vuelve a cobrar fuerza la hipótesis de un nuevo partido de centro derecha
Un político clave como Pier Ferdinando Casini, dirigente del partido de centro católico UDC, alimenta estos temores, con declaraciones en las que afirma que "la era post-Berlusconi ha empezado". La UDC es importante porque sus votos determinarán los gobiernos regionales que se formarán tras las elecciones regionales de primavera, y es cortejada tanto por el PdL como por el Partido Demócrata.
Casini ha encendido las alarmas del primer ministro al invitar a Fini a un acto de su partido este fin de semana. Hace dos años se sospechaba que ambos planeaban formar un partido de centro derecha, pero el proyecto quedó en agua de borrajas.
Ahora la hipótesis de un nuevo asalto cobra fuerza en los pasadizos del Parlamento italiano y se cuenta con un tercer hombre para el nuevo partido, el presidente de la Fiat y de la Ferrari, Luca Cordero de Montezemolo. Berlusconi ha querido reunirse este fin de semana con el empresario para cerciorarse de sus intenciones.
Sin embargo, crear ahora un partido alternativo al PdL no sería fácil. Casini ya hace tiempo que sueña con una formación que se constituya como heredera definitiva de la Democracia Cristiana, que integre a políticos moderados de derecha a disgusto con Berlusconi y a católicos de izquierda hoy en el Partido Demócrata. Pero no ha tenido éxito hasta ahora porque los posibles aliados quieren brillar con luz propia. El mismo Fini hace años que colisiona con Berlusconi, pero hasta ahora no le ha abandonado, porque ser su número dos ha favorecido a su carrera política.
Aún así, en el partido muchos creen que Fini ha llegado demasiado lejos en sus ataques al primer ministro y piensan que formará su propia formación, que podría aliarse con la de Casini. Fini lo niega, lo que refuerza a los que creen que con sus desaires sólo pretende buscar protagonismo para eclipsar a sus rivales dentro del partido de Berlusconi en la carrera por la sucesión.
Aunque dañado en su imagen por el escándalo de las prostitutas y velinas que le persigue desde hace meses y le ha enfrentado a un sector de la iglesia, Berlusconi aún tiene opciones de consolidar su poder, tanto si decide convocar elecciones anticipadas como si sale airoso de las regionales.
Pero en octubre la Corte Constitucional debe revisar la ley que él mismo aprobó en 2008 para dotarse de inmunidad política, llamada "lodo Alfano". Si la Corte la anula, Berlusconi podría verse literalmente inundado de procesos judiciales que podrían sentenciar su futuro. El auténtico peligro para el imperio de Berlusconi podría venir no tanto de la política como de los tribunales.
La prudencia del VaticanoEl principal debate en la política italiana es la distancia real entre Berlusconi y la Iglesia católica, que ejerce en Italia un papel político de primer orden. Tras los ataques de la prensa afín al primer ministro al poder de los obispos concretado en el periódico Avvenire, cada gesto de la Iglesia es analizado al milímetro. La Conferencia Episcopal italiana, todavía controlada a distancia por su antiguo líder, el cardenal Camillo Ruini, ha encajado mal el golpe. Pero el Papa Benedicto XVI ha tenido especial cuidado en mantenerse neutral respecto a los escándalos del primer ministro, ante la desesperación de los católicos de base, más combativos. Y el Papa, al ser obispo de Roma, es quien al final manda sobre la Iglesia italiana, como recuerda un vaticanista veterano como Sandro Magister, que añade que la Santa Sede ha decidido retomar el control de las relaciones con Berlusconi a través del número dos de Ratzinger, Tarcisio Bertone. Éste ha optado por la estrategia del equilibrista: tras el ataque a Avvenire, anuló una cena con el primer ministro, un gesto con el que pretendía dejar claro que con la Iglesia no se juega. Pero, al mismo tiempo, envió un mensaje de conciliación al subrayar a través del diario vaticano Il Osservatore Romano que las relaciones entre el Gobierno italiano y el estado de San Pedro "son serenas". Ello da esperanzas a Berlusconi cara a retomar su alianza con la Iglesia. Pero tampoco es ninguna garantía de que la Iglesia no esté, como opinan algunos, maniobrando para favorecer un recambio en el Gobierno.
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