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Una noche en el museo: de película, pero de verdad

Los niños acompañados pueden pernoctar en las salas retratadas en el filme

ANTONIO LAFUENTE

Les gustaría pasar una noche en el museo? Sí, sí, una noche de verdad. Sí, sí, en el de la película; en el Museo de Historia Natural de Nueva York. Pues no es imposible; es una de las actividades que ofrece, a condición de hacerse acompañar por un niño de entre 8 y 12 años, pagar 129 dólares por cada uno, dormir regular y comer peor. A pesar de todo, la noche es inolvidable.

Se entra al museo a las cinco y media, cuando el público se marcha, y a esa hora se produce la primera escena extraña: padres, con una almohada bajo el brazo, acompañados por niños con sacos de dormir y linternas, cruzan las calles cercanas, antes de perderse bajo una inmensa bola blanca con anillo a lo Saturno. Es la puerta del Planetario, una de las atracciones.

Un máximo de 450 visitantes duermen bajo una ballena azul a tamaño real

Tras registrarse en recepción, los inusuales campistas, un máximo de 450, son trasladados a la Sala del Océano. Allí, bajo la reproducción a tamaño real de una ballena azul, les esperan otros tantos catres de campaña. Se colocan rápidamente los sacos de dormir, las almohadas y un pequeño neceser con el cepillo y la pasta de dientes. Luego comienza la visita hacia las siete menos cuarto de la tarde.

La visitantes se dividen en dos grupos: los dinosaurios, que van a la Sala de los Mamíferos Extremos, y los astronautas, a la del Planetario. Dos guías explican, pero la gira puede hacerse por libre.

A las siete y media, el museo propone, además, dos demostraciones, una de rapaces y otra de funcionamiento del Sistema Solar, mientras abre el comedor para la cena, tan ligera como una bolsa de patatas, un zumo de naranja, tres o cuatro galletas y un vaso de leche. Es todo un peaje pero, al fin y al cabo, no se va a un museo a comer.

El plan incluye actividades sobre el universo, la Tierra y los dinosaurios

Hacia las ocho los grupos se van dispersando, aunque la visita a la Sala de la Biodiversidad es todavía nutrida. Allí se puede ver una colección de ranas vivas, que incluye dendrobátidos, los ejemplares más diminutos y venenosos del mundo, con colores eléctricos.

Poco después, en torno a las ocho y media, se produce la magia. En la Sala del Planeta Tierra no hay nadie y algún visitante empieza a preguntarse si, como en la película Una noche en el museo, las reproducciones de animales y hombres cobrarán vida, incluida la de Theodore Roosevelt. Como no se ve nada raro, la ronda continúa por el Planetario y su paseo por el origen del universo, que comienza en el Big Bang. Cada zancada, de unos cien millones de años, supone un paso pequeño para una persona, pero un salto enorme para su inteligencia.

Abi, una guía cuya edad y simpatía se miden también en una escala cósmica, cuenta la historia de un meteorito de hierro de quince toneladas encontrado tiempo atrás en algún lugar del planeta Tierra. Tras la explicación, mira su reloj y observa: 'Es la hora de los dinosaurios. Suban a la cuarta planta. No tiene pérdida, es el lugar más ruidoso ahora'.

¡Y allí están! ¡A oscuras! Los inmensos saurios, de nombres tan feos como su aspecto, se dejan ver sólo a la luz de la linterna, porque los responsables del museo han decidido dar suspense a la visita, como si tuviera poco. Aunque el jaleo es grande, con niños excitados que no paran de correr de un T-rex a un velocirraptor o un triceratops, basta salirse de la ruta principal para empezar a sentirse intranquilo. Quizá haber visto la película un día antes no fue tan buena idea.

Después de un documental sobre la vida de los castores, padres y niños vuelven a la Sala del Océano para dormir; bien junto a un arrecife de coral con aguas de luces y sombras que mecen los sueños, bien junto a unos lobos marinos con unos colmillos que desvelan a los más asustadizos o les envuelven en pesadillas con dinosaurios.

A la siete de la mañana, todos arriba para un desayuno tan frugal como la cena y, después, a la calle. 'Es una experiencia excepcional y única', cuenta Carolina Salaberri, la niña que acompaña a Público. En su opinión, la ronda nocturna tiene una ventaja: 'Se aprende más que en una visita normal porque se pone más atención'. Pero lo que más intriga es si pasó miedo: '¿Miedo? No. Bueno, sólo a que las cosas cobraran vida... Y la verdad es que... en cierto modo...'

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