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Unión Europea Los siete países que empujan a la UE a una nueva crisis de identidad

La afrenta autoritaria de Hungría y Polonia; la desobediencia presupuestaria italiana; la fragilidad silenciosa de la economía alemana y de su canciller; la desbandada de ministros de Macron y su merma de popularidad; la nueva tensión territorial en España; la incertidumbre sobre el Brexit o el temor a que enclaves como Malta se conviertan en cripto-estados, ponen en jaque -otra vez- al edificio institucional de la UE.

La primera ministra británica, Theresa May, junto a los líderes de la UE en la cumbre de Salzburgo (Austria). / REUTERS LISI NIESNER

DIEGO HERRANZ

Diez años después de la crisis de la deuda, la UE navega a la deriva, como El Holandés Errante, el barco fantasma condenado a deambular sin rumbo por los océanos de todo el planeta por su maleficio de no poder fondear en puerto alguno que tan bien refleja la ópera de Richard Wagner. Recuerda al ocaso del dominio austro-húngaro, su último bastión imperial de la historia, hundido en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial. La similitud no es gratuita. Porque gran parte de la melancólica depresión que afecta al club europeo procede de ambas orillas del Danubio.

La oleada nacional-populista que está invadiendo lenta pero inexorablemente el territorio de la UE, y que se ha germinado especialmente en el decenio post-Lehman Brothers, tiene uno de sus centros neurálgicos más predominantes en el corazón del antiguo imperio. Austria y Hungría se afanan en representar, quizás más y mejor que en cualquier otra latitud, al norte o en el centro de la Vieja Europa -donde también se aprecian ya a la perfección las fuerzas de ultraderecha- las dudas existenciales que asolan a las instituciones comunitarias y a sus Estados motrices.

Viena y Budapest abanderan la cruzada xenófoba que quiere acabar con el Tratado Schengen de libre circulación de personas. Desde gobiernos ultraconservadores que campan a sus anchas, pese a la constante amenaza de invocación del artículo 7 del Tratado de la Unión, que establece amonestaciones, primero, sanciones, después y, finalmente, la suspensión de su capacidad de voto en el Consejo Europeo a los socios que se salten sus compromisos con la democracia, los derechos humanos y el imperio de la ley.

UE invoca pero no lleva a la práctica el artículo 7 del Tratado de la Unión contra Hungría y Polonia por sus prácticas contrarias a los principios democráticos

Es el caso actual de Viktor Orban, premier húngaro al que Bruselas manda permanentes señales de intervención sin que le produzca el más mínimo susto ni a él ni a sus homólogos del del Grupo de Visegrado, que conforma junto a la República Checa, Eslovaquia y Polonia, y que ejercen el contrapeso del Este hacia las políticas integradoras de la UE con su rechazo a la inmigración, en el ámbito político, y al euro, en el orden económico. Pero también ocurrió en la civilizada Austria. Cuando, en 2000, Bruselas activó este mecanismo tras el triunfo electoral del difunto Jörg Haider, líder ultraderechista del Partido Liberal Austriaco (FPÖ) que formalizó una coalición gubernamental con el conservador Partido Popular (ÖVP) del entonces canciller Wolfgang Schüssel. El órdago se saldó con sanciones temporales por parte de la UE y la ausencia de Haider en el Ejecutivo -aunque siguió como gobernador de Carintia-, a las que sucedieron su hundimiento en las urnas, en 2002.

Rebelión en los Alpes e Italia

Sebastian Kurz, canciller democristiano que concedió a la ultraderecha austriaca las carteras de Defensa, Exteriores e Interior de su gabinete y que personifica la nueva generación, millennial, de halcones conservadores europeos es, pese a su escaso bagaje en el poder -formó gobierno a finales de 2017-, el artífice del complejo, arriesgado y soterrado viraje diplomático austriaco hacia Rusia. Por inducción -en gran medida, aunque no exclusivamente-, de sus socios ultras de coalición -Vladimir Putin asistió a la boda de su ministra de Exteriores, Karin Kneissl este verano- y en connivencia de sus vecinos de Visogrado. Toda una afrenta a la diplomacia y a la política de Seguridad europea. Así como a la OTAN, en estado de alerta por la permanente injerencia de Moscú en maniobras militares de la Alianza en las aguas territoriales y en el espacio aéreo de sus tres ex repúblicas bálticas: Estonia, Lituania y Letonia.

Los cambios constitucionales, la instrumentalización de la Justicia y los medios de comunicación, y el uso partidista de cargos e instituciones que van desde los servicios secretos hasta el férreo control parlamentario que han venido realizando tanto el Fidesz de Viktor Orban como el partido Ley y Justicia (PiS según sus siglas en polaco) de Jaroslaw Kaczynski son, sin duda, el mayor riesgo político latente que pende sobre la UE. Ambos, además, llaman sin permiso -y, a veces, sin la más elemental comunicación- de Bruselas a las puertas del Kremlin.

El FMI admite, diez años después, que sacrificó a Grecia en 2012 para salvar a los bancos alemanes y franceses de la quiebra

Pero no es la única crisis de identidad europea. En el orden económico, el dolor de cabeza se ha acentuado con el rechazo a las reglas de austeridad más elementales de la compleja coalición italiana entre la neofascista Liga Norte de Matteo Salvini y el Movimiento Cinco Estrellas Luigi di Maio, sumido en una diatriba de iniciativas con una elevada factura de ejecución financiera, y que han desempolvado el peligro de una nueva fase de inestabilidad del euro.

El ministro del Interior, Matteo Salvino, junto al ministro de Trabajo e Industria de Italia, Luigi Di Maio, en una imagen de archivo. / REUTERS - TONY GENTILE

El ministro del Interior, Matteo Salvino, junto al ministro de Trabajo e Industria de Italia, Luigi Di Maio, en una imagen de archivo. / REUTERS - TONY GENTILE

La divisa común ha mostrado su debilidad en el mercado desde que Roma anunciara su intención de saltarse el límite del desequilibrio convenido con Bruselas para sus cuentas públicas en nada menos que ocho décimas, hasta agudizar el déficit en el 2,4% del PIB. Durante tres años. Con la deuda en la peligrosa cota del 131% del PIB y contra el criterio, para más inri, de su titular de Economía, Giovanni Tria, al que le sacaron los colores sus colegas europeos cuando le explicaron que toda deriva presupuestaria adicional la acabarán pagando los ciudadanos europeos. Como ocurrió en 2012 con Grecia, escenario en el que el Fondo Moneratio Internacional (FMI), diez años después, admite que fue el sacrificio que se hizo para salvar al euro y a los bancos europeos de la quiebra técnica. Y que impidió que Italia -y presumiblemente España- fueran los siguientes en la lista de suspensiones de pagos. Bajo el mismo argumento: la tercera y cuarta economías del euro son demasiado grandes para dejarlas caer. Y cuando la deuda global asciende a 157 billones de dólares, cerca ya del doble del tamaño del PIB global, valorado en 87,5 billones la pasada primavera por el FMI.

Otras cinco amenazas de alto voltaje

¡No se vayan todavía; aún hay más! Porque a estas dos incertidumbres de calado se suman otras de postín. Hasta cinco amenazas de mayor o menor voltaje.

Alemania es otro foco de presumible tensión. El cuarto mandato de Angela Merkel ha emergido una inusitada debilidad de la canciller. No sólo por la presión de la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD) y de sus socios de la CSU bávara, reacios, unos y otros, a cualquier intento de convergencia del euro que mutualice los riesgos económicos, financieros y monetarios. Sino también por los signos de fragilidad de una economía que evoluciona bajo una silenciosa sombra de dudas -una recapitalización bajo palio de su sistema bancario, incluido el todopoderoso (y protegido oficial y empresarialmente) Deutsche Bank, con una doble burbuja (inmobiliaria y crediticia) y un superávit comercial forjado con un euro débil- con una tasa de desempleo al alza. Impulsada, en gran medida, por los cambios que las empresas germanas están realizando en sus cadenas productivas para avanzar en la digitalización y en las que AfD ha encontrado el caldo de cultivo para sus proclamas proteccionistas y contrarias a la globalización.

Al otro lado del eje fundamental europeo, en Francia, las horas bajas de Emmanuel Macron son ya patentes. El clima de euforia tras su triunfo sin partido en las presidenciales de 2017 ha dado paso a una continuada pérdida de su popularidad y a la dimisión en cadena de tres de los más independientes y reconocidos ministros del gabinete de su jefe de Gobierno, Edouard Philippe.

El último, Gerard Collomb, responsable de Interior y antiguo socialista, esta misma semana, por el asunto, no confirmado, de defender a su ex guardaespaldas, Alexander Benalla, acusado de agredir a manifestantes el Primero de Mayo, en contra de su criterio y de dejar aparentes falsos testimonios en la Asamblea Nacional por este espinoso caso. Collomb ha pedido a Macron volver a la Alcaldía de Lyon. Pero a nadie le convence que se haya ido por un impulso irrechazable a dirigir la tercera ciudad más poblada de Francia. Algo más de un mes más tarde de que lo hiciera el rostro más popular del Ejecutivo, el ecologista Nicolas Hulot. Con premeditación, nocturnidad y alevosía. En directo y en un programa de radio al amanecer. Sin previo aviso a Macron. El más galáctico de los fichajes de la sociedad civil que Macron reclutó para sus tareas de gobierno se fue por la lucha de los lobbies industriales galos en contra de su propósito de reducir la energía nuclear. Una semana antes que Laura Flessel, abanderada en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 como medallista de esgrima, hiciera lo propio como titular de Deportes, alegando razones personales.

Fotografía de archivo de Emmanuel Macron y Gerard Collomb. - REUTERS

Fotografía de archivo de Emmanuel Macron y Gerard Collomb. - REUTERS

También en España cuecen habas. La tenue mayoría del Ejecutivo socialista de Pedro Sánchez y la nueva afrenta nacionalista en Catalunya, clave en la supervivencia parlamentaria del gabinete socialista, airea la debilidad de un presidente que ha atravesado varias semanas de pasión por los ataques mediáticos a dos de sus ministros, después de la dimisión de otros dos responsables de carteras de su gobierno. El fantasma del adelanto electoral, en el ámbito nacional y en el cada vez más convulso espacio catalán, arrecian sin remedio. Junto a la incógnita de si habrá o no presupuesto para 2019.

Al igual que en Reino Unido, donde el Brexit no acaba de conciliar el divorcio con Europa y pasa fractura, además, a la formación conservadora de Theresa May, asolada por todos los frentes. Porque a la contestación interna se suman las voces, laboristas y europeas, que reclaman otro referéndum sobre la salida británica de la UE y un cheque al portador -en este caso, Bruselas- que crece sin remedio sin un acuerdo pactado con Europa.

Malta es un paraíso financiero y un centro al que acusan de favorecer el lavado de capitales

Por si fuera poco, irrumpen casos aislados, como el de Malta, donde campan a sus anchas los casos de corrupción y se suceden las acusaciones que le señalan como centro de lavado de capitales mientras se prepara, como Suiza, para convertirse en un tercer paraíso -primero, fiscal, con tasas impositivas reales inferiores al 5% de los beneficios para firmas extranjeras, frente al 22% de media en la UE; luego, bancario, con una frenética actividad en gestión de fondos de su industria financiera y, finalmente, como refugio de criptomonedas, una idea que no entusiasma precisamente al BCE- y dar otro paso más hacia su auténtica naturaleza: la de sentirse más como un territorio ajeno a las directrices de la UE que como un socio de la Unión.

En su decisión de integrarse en el club comunitario, en 2004, la división social y política sobre la pertenencia o no a Europa fue manifiesta. En un enclave de apenas 450.000 habitantes que, de no estar en la UE a buen seguro -dicen no pocos observadores internacionales-, hubiera recibido sanciones por su nulo compromiso en la persecución de delitos relacionados con el blanqueo de dinero.

Los daños colaterales en ciernes

Estas siete fotos fijas de los pecados que se están cometiendo desde varias capitales ayudan a comprender que el futuro inmediato de Europa puede sufrir una dura condena. Porque, ¿cuáles son los efectos de estas maniobras sin respuesta desde las instituciones comunitarias?

1.- El crisol austro-húngaro

Siempre foco de conflictos y divisiones en Europa, la UE lleva años en los que amaga, sin actuar, con duras reprimendas a la actuación del Grupo de Visegrado. Con un objetivo prioritario: Viktor Orban. El premier húngaro se ha convertido en la referencia de los movimientos de la derecha radical europea y su estrategia autoritaria para perpetuarse en el poder en un modelo sobre el que edificar los asaltos a las instituciones políticas de formaciones xenófobas, anti-inmigración, euroescépticas y nacional-populistas en el escenario post-crisis.

Alemania encabeza la amenaza a Budapest y Varsovia para reducir fondos estructurales y de cohesión en el próximo septenio financiero

En Bruselas se obcecan en insistir en que, sin democracia, no habrá fondos europeos. Mensaje que también hacen llegar a Polonia. Se habla, por designación directa de Berlín, de que, en las futuras perspectivas financieras, las del septenio 2012-2027, ambos países verán seriamente recortados sus cheques de fondos estructurales y de cohesión. En el presente marco presupuestario, que expira en 2020, Budapest gestiona más de 25.000 millones de euros y Varsovia, con cuatro veces más población, roza los 90.000 millones. La amenaza germana gana adeptos entre sus socios. Sin embargo, no cuenta con el entusiasmo de Austria, que ostenta la actual presidencia rotativa de la Unión, pese a ser uno de los contribuyentes netos del club. De esos que, como Holanda, siempre hacen piña cuando se trata de reducir aportaciones dinerarias. Quizás porque comparte el diagnóstico crítico hacia lo que Orban denomina "democracia antiliberal" de la UE. Todo un compendio de ironía para justificar internamente su rédito electoral.

Viktor Orban, en el centro, camina junto a la valla construida en la frontera búlgaro-turca, en una imagen de archivo. / REUTERS - STOYAN NENOV

Viktor Orban, en el centro, camina junto a la valla construida en la frontera búlgaro-turca, en una imagen de archivo. / REUTERS - STOYAN NENOV

2.- La Italia despilfarradora

El repunte de la prima de riesgo ha vuelto. Y los mensajes favorables al retorno de la lira se propagan entre la sociedad y la clase política. La sombra del Brexit, pues, se expande por la tercera economía del euro. Igual que las comparaciones con la nueva Grecia. Es cierto que el diferencial de lo bonos trasalpinos respecto al bund alemán saltó 60 puntos en la última semana, alrededor de un 3%, un síntoma que no se veía desde 2014. O que la presión sobre la moneda única se acentuó al unísono. Pese a que el BCE ha contribuido, con más -aunque parece que ya tocan a su fin, con la salida inminente de Mario Draghi- compra de deuda en los mercados. En sintonía con la preocupación inversora. Como tampoco es menos cierto que hay una serie de similitudes con la crisis griega de 2012. En tres órdenes. En el de la deuda, de un tamaño más que notable, encajada mayoritariamente en el sistema financiero nacional que no acaba de recapitalizarse convenientemente y que podría asumir un endeudamiento adicional. En el de la economía real, con un patrón de crecimiento que despierta dudas sobre su solidez para consolidar la prosperidad futura. Y en el político, con la emergencia de movimientos que podrían calificarse de anti-establishment y que no despiertan precisamente alabanzas entre los dirigentes europeos.

Aunque, a diferencia de Grecia, Italia es una de las economías más grandes y miembro fundador de la UE. Cualquier riesgo sistémico lleva casi aparejada el acta de defunción del euro. Financiera y económicamente, la zona monetaria europea se tambalearía sin remedio. Pero la deuda de Italia tiene vencimientos a largo plazo y su coyuntura no incurre en déficit por cuenta corriente como ocurrió en la crisis helena.

Las promesas electorales de la Liga Norte y el Movimiento Cinco Estrellas equivalen al 7% del PIB italiano, valorado en algo más de 2 billones de dólares

La esperanza inversora sobre Italia es que su coalición gubernamental se modere. Como Syriza abrazó la ortodoxia tras prometer en un referéndum que ganó la oposición a la agenda política y financiera que le exigía Bruselas. Y se incline por un programa económico factible y sostenible en materia de crecimiento. Algo que dudan en el Instituto Bruegel. Este think-tank europeo cree que el doble populismo "exacerbará más que aliviará los problemas económicos" del país. Bajo un contexto de "bajo crecimiento y alto endeudamiento y con componentes euroescépticos" en el gabinete que le hacen decantarse por recetas que "podrían incendiar el edificio" italiano y europeo. Entre otras razones, por la difícil comunión de intereses entre los 50.000 millones de euros del coste que supone el compromiso de la Liga Norte de instaurar un tipo impositivo único sobre la renta y los 8.000 millones de la reforma de las pensiones que exige el Movimiento Cinco Estrellas. En total, el recetario del bipartidismo supondría unos desembolsos de entre 109.000 y 126.000 millones de euros; entre el 6% y el 7% del PIB nacional. Estimado por el FMI en algo más de 2 billones de dólares. Difícil plasmación, pese al reto de Roma de desafiar a Bruselas con un déficit trianual del 2,4%.

3.- Una Alemania menos plenipotenciaria

La locomotora europea tuvo su propio viacrucis con la crisis de las punto.com en 2003. En la financiera de 2008 salió más bien airosa. Su poderoso sector exterior y su viaje inicial fulgurante hacia la Cuarta Revolución Industrial, la digitalización de sus empresas manufactureras, le dio un margen de maniobra determinante. Para -dicen en el mercado- poner en orden sus finanzas y las de la UE. Pero este ciclo virtuoso parece en fase de cambio. La globalización y el tránsito tecnológico hacia la automatización y los ecosistemas de negocios universales ha experimentado un claro parón. El desempleo empieza a repuntar, al igual que los subsidios a parados de larga duración y la movilidad laboral pierde comba. Mientras la bomba de relojería del Deutsche Bank sigue activada. Con conversaciones de fusión encima de la mesa con la gran banca francesa (Société Générale y BNP Paribas) o suiza (UBS) que no ocultan la amenaza lanzada por el FMI de que la institución financiera germana por antonomasia es "el mayor riesgo sistémico" de la arquitectura bancaria mundial.

El descontento social por la debilidad del mercado laboral es el imán del AfD. De igual manera que lo es el creciente euroescepticismo de sus ciudadanos. El made in Germany parece un lema de otros tiempos. Las compañías de la llamada Mittelstand, el poderoso sector manufacturero que emplea a 8 millones de trabajadores y aporta 700.000 millones de euros al PIB alemán, el 23% del total, demanda trabajadores de alta cualificación para abastecer a las miles de startups que se han creado en länders como North Rhine-Westphalia o Baden-Württemberg, donde se localiza el cluster de Stuttgart.

Personalidades como Al Gore creen que Merkel es ahora una 'outsider' en el liderazgo europeo y alemán, pese a sus trece años como canciller

El problema es que este parón mantiene inmovilizada también a la otrora poderosa canciller. Angela Merkel ni está ni se la espera. Anda sometida a un ejercicio de ostracismo. Superada por las exigencias de la CSU y la euforia que despierta la AfD en asuntos como la crisis de los refugiados. Su falta de actuación, en el orden internacional, con respuestas pragmáticas, alejadas de la elocuencia de sus discursos, para frenar el proteccionismo de Trump o el desplante a la UE por lo que cataloga como déficit financiero a la OTAN, ha dejado indefensa a segmentos productivos como el del automóvil, que produce más de 5,6 millones de vehículos para su mercado interior y exporta ocho de cada diez coches que se fabrican en Alemania. Las áreas de robustez económica reciente, pues, empiezan a mostrar grietas evidentes.

La canciller alemana, Angela Merkel en una rueda de prensa. / REUTERS - FABRIZIO BENSCH

La canciller alemana, Angela Merkel en una rueda de prensa. / REUTERS - FABRIZIO BENSCH

El ex vicepresidente estadounidense, Al Gore, en una reciente visita a Berlín, no dudó en señalar que vía a Merkel como "una líder fuera de lugar". Los analistas también corroboran que, en las últimas cumbres europeas, ha dejado botones de muestra de su fragilidad, que haría a Europa, además, perder una de sus últimas oportunidades doradas para avanzar en la integración del euro y la armonización financiera y económica de su espacio monetario. Pese a su experiencia acumulada de trece años como canciller germana.

4.- Macron pierde el paso reformista

Ha entrado en barrena. El jefe del Estado galo, aupado al Elíseo por las urnas rompiendo la hegemonía entre conservadores y socialistas de la V República, no gana para sustos. El príncipe de las mareas reformistas no acaba de ganar adeptos ni para su agenda de cambios para dinamizar el mercado laboral francés ni para propiciar el salto hacia adelante en la convergencia europea. Es decir, en la elaboración de una hoja de ruta que lleve a un núcleo duro de socios europeos hacia una verdadera federación de estados. La fuga de tres de sus ministros con mayor respaldo social le ha precipitado hacia el acantilado demoscópico. Ya no suma simpatizantes; los empieza a perder. Con errores no forzados como sus consejos a parados para reinsertarse al empleo en horas.

El entusiasmo europeísta de Macron se diluye como un azucarillo ante la pérdida de respaldo social a sus reformas y a su figura en Francia

El problema añadido es que de su éxito interno depende también su capacidad de influencia en los asuntos europeos. Y Macron no parece tener el músculo de antes del verano para convencer a Merkel, a los halcones bávaros o al resto de contribuyentes netos para que se refuercen las corazas defensivas sobre el euro y, por tanto, mucho menos para ganar su apoyo a proyectos como la mutualización de los riesgos futuros del espacio monetario. Por ejemplo, mediante la creación de un eurobono. A pesar de que voces de economistas de prestigio se suceden a la hora de alertar de que una nueva crisis financiera se avecina -antes de 2020- con parada obligatoria en Europa. El entusiasmo europeísta de El Elíseo francés se diluye como un azucarillo en el instante culminante de las reformas.

El presidente francés Emmanuel Macron y Gerard Collomb, en una imagen de archivo. / REUTERS - CHRISTIAN HARTMANN

El presidente francés Emmanuel Macron y Gerard Collomb, en una imagen de archivo. / REUTERS - CHRISTIAN HARTMANN

5.- Las dos Españas vuelven por sus fueros

Europa ve con recelo la renovada crisis catalana. No porque no estén acostumbrados, especialmente desde hace un año, aunque, en realidad, desde el comienzo de esta década, al prolongado y visceral arrebato independentista catalán. Lo que en realidad preocupa en las instituciones comunitarias -y entre cada vez más líderes de la Unión- es la falta de lealtad del principal partido de la oposición. En Bruselas no entienden que el PP no tenga ningún gesto de estabilidad, por ejemplo, a la hora de reforzar el diálogo con la Generalitat o que no acepte la abstención al proyecto presupuestario de Sánchez, que impediría que pidiera una mayor senda de déficit al colegio de comisarios. Sobre todo, porque consideran que el corte comunicativo del Gobierno de Mariano Rajoy con el Govern fue determinante para impulsar la jornada del referéndum de autodeterminación o porque las cargas policiales y la escapada hacia el exilio de Carles Puigdemont han agravado el escenario. En el orden económico, la perplejidad se acentúa por los largos años en los que el anterior Ejecutivo se saltó el límite de desequilibrios presupuestarios y por la coparticipación de Europa en la estrategia de minimizar el calibre y la trascendencia del rescate financiero a España -no costará un euro al contribuyente llegó a decir Moncloa entonces, porque se trata de un crédito con condiciones preferentes- junto al FMI, que dulcificó la gravedad del diagnóstico sobre el sistema bancario y la liquidez real del cuarto PIB del euro.

En Europa no entienden la falta de lealtad del PP en la aprobación de un presupuesto español ni en la crisis catalana cuando se quiebra el independentismo

Por si fuera poco, el cambio de liderazgo en el PP, insufla pocos ánimos. La libertad de voto dada por Pablo Casado a sus eurodiputados, y que se saldó con la exculpación de varios de ellos a la figura de Orban, denota la tendencia del nuevo dirigente popular hacia el modelo húngaro de control de las instituciones, en medio de duras críticas al manejo de la Justicia -entre otros casos, por la postura de Fiscalía y Supremo en su litigio por su máster en la Universidad Rey Juan Carlos- y su apuesta por torpedear cualquier propuesta gubernamental. Incluida la presupuestaria. Falta de lealtad, declaran en Europa, por interés partidista.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez durante un evento en Madrid. / REUTERS - SERGIO PEREZ

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez durante un evento en Madrid. / REUTERS - SERGIO PEREZ

6.- No hay Brexit bueno

Porque, además, a medida que se retrasa el acuerdo de divorcio, a las arcas británicas se les encarece la separación. A día de hoy, con Downing Street buscando casi desesperadamente un principio de entendimiento, primero entre los dirigentes conservadores, segundo con la oposición laborista, cada vez más proclive a convocar una segunda consulta que también desean en el Consejo Europeo y, tercero, con Europa, que contemple el libre acceso al mercado interior y una deslocalización menos abrupta de la City, la factura llega a 500 millones de libras a la semana. Según el Center for European Reform (CER), think-tank paneuropeísta que, en su día, en tiempos de Tony Blair y de Gordon Brown, se consideraba próximo al laborismo de la Tercera Vía. Cantidad que supera con creces la cifra que se barajó desde la campaña a favor del Brexit (Leave) y que hablaba de unos dividendos de 350 millones de libras a la semana; sólo por el hecho de que Londres dejara de aportar las asignaciones financieras al club comunitario.

El Brexit cuesta ya a las arcas británicas 500 millones de libras a la semana, mucho más de los supuestos dividendos que los partidarios del Brexit aducían para dejar la UE

A menos de seis meses de la fecha de caducidad para el acuerdo (00:00 horas del 30 de marzo de 2019), que establece el Tratado de la UE para supuestos de abandono del club comunitario, Bruselas vigila de cerca este precipicio. "El riesgo es evidente para las dos partes", admite el negociador jefe de la UE, Michel Barnier, que teme que se desencadene "una espiral de pánico entre empresas de los sectores más afectados por el Brexit". Desde la banca, a los seguros, pasando por la aviación, las farmacéuticas o las firmas de distribución. Si no se pactan a tiempo las condiciones de salida. De ahí que la Comisión contemple dos escenarios básicos: por un lado, ha cursado instrucciones a autoridades, empresas y ciudadanos para que se preparen para lo peor. Desde las colas de camiones en puestos fronterizos y puertos que controlen la entrada de mercancías británicas, hasta la creación de las instalaciones necesarias para el movimiento de animales vivos y alimentos de origen animal. Y, por otro, recomiende a los ciudadanos europeos con titulación de centros educativos británicos que verifiquen antes del próximo 30 de marzo si deben convalidarlos en su país de residencia.

Pero también baraja otras opciones. Por ejemplo, una salida pactada el próximo 30 de marzo y a una prolongación del período transitorio, al menos hasta el 1 de enero de 2022, algo previsto en el artículo 50 del Tratado de la Unión y que fomentaría la incertidumbre política en la UE y podría enturbiar las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2019, a la que, teóricamente, no deberían concurrir los británicos. O la retirada unilateral de la notificación de salida de la UE.

7.- El halcón maltés se reinventa

De la mano del primer ministro laborista Joseph Muscat, la isla angloparlante, en el gobierno desde 2013, ha salido airosa de la crisis. Con varios ejercicios liderando el crecimiento económico europeo y con incrementos substanciales de recaudación que le ha reportado superávits presupuestarios.

La sombra de la corrupción se ha asentado sobre el primer ministro y su círculo cercano, incluida su mujer, Michelle y sobre el papel de Malta como lavado de dinero

Pero su figura merodea detrás del atentado con coche bomba que acabó con la vida de la periodista Daphne Caruana Galizia, autora, hasta su muerte, en octubre del pasado año, de uno de los blogs más seguidos del país. En el que, entre otras cosas, denunció la presencia de asesores próximos a Muscat en los Papeles de Panamá, que su mujer, Michelle, tenía una compañía en este paraíso fiscal o que una de las instituciones bancarias más poderosas de la isla, Pilatus Bank, era la entidad que manejaba los hilos de la firma opaca de la primera dama de este enclave mediterráneo. A la que, además, acusó de haber recibido pagos desde las élites gubernamentales de Azerbaiyán cuyo objetivo era el lavado de capitales. Entre sus denuncias, además, destaca una iniciativa nada transparente de Muscat para convertir Malta en una capital de las criptomonedas que, a juicio de la periodista, traería todavía más corrupción. El Gobierno de Muscat, obviamente, condenó el atentado. Pero antes de su defunción, Caruana dejó un duro escrito en el que identificaba a la familia del primer ministro con la Mafia siciliana. Por si fuera poco, la lista de oligarcas rusos que han adquirido nacionalidad maltesa ha crecido en los últimos años. Y la conexión entre las fugas de capitales desde Rusia y las finanzas maltesas es conocida desde los tiempos de la crisis rusa de los años noventa, que acabaron con la llegada de Vladimir Putin al poder.

El primer ministro maltés, Joseph Muscat, durante  la Cumbre de la Paz Nelson Mandela en Nueva York. / REUTERS - CARLO ALLEGRI

El primer ministro maltés, Joseph Muscat. / REUTERS - CARLO ALLEGRI

Europa tampoco disimula su disgusto con su socio menos poblado. No desean tener una Suiza en el interior del club. Ni un territorio que no se da por aludido cuando se le reclama que cumpla con las normas anticorrupción que, como en EEUU, afectan a la seguridad nacional y, por tanto, europea. O que se desmarca sistemáticamente de cualquier intento de armonizar el Impuesto de Sociedades en Europa. En una época en la que la UE, como otras áreas del mundo, pretende imponer gravámenes más acordes a sus beneficios a las grandes tecnológicas, a multinacionales de economía colaborativa o, incluso, a los emporios bancarios.

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