China se afianza como un poder global clave para detener la guerra de Ucrania
La visita de Pedro Sánchez a China tendrá en el centro de su agenda el posible papel mediador de Pekín en la guerra de Ucrania, a pesar de la desconfianza de la Unión Europea en el país asiático.
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La China que visita el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, esta semana no es el país tímido de los últimos años de pandemia, confinamiento y cuarentena. La China post covid muestra abiertamente y sin tapujos su intención de convertirse en uno de los pivotes sobre los que girará el mundo en las próximas décadas, con una capacidad real para ser una primera potencia mundial por su economía y por su influencia estratégica.
Pero para garantizar los niveles de crecimiento que China comienza a recuperar poco a poco, Pekín necesita eliminar esa fuente de desestabilización mundial que hoy día supone la guerra de Ucrania. Una guerra que ha puesto patas arriba la economía mundial, ha roto el sistema de seguridad y confianza internacional, y que, pese a todo, sigue siendo la única elección para los países enfrentados y para quienes los apoyan con armas y dinero.
Es cierto que la postura de China obedece a su propio interés y a su objetivo de consolidar una posición privilegiada, incluso dominante, en la geopolítica y la economía mundiales. Pero en esta crisis nadie se libra de una acusada hipocresía. La guerra habría terminado hace meses o incluso no habría empezado si los países implicados en ella por delegación -Estados Unidos, Gran Bretaña y los miembros de la Unión Europea- no estuvieran interesados en alargar el conflicto y utilizar el eje del mal que ahora encabeza Rusia, y en el que China aparece también marcada, para consolidar un modelo global unipolar encabezado por Washington y sus acólitos europeos y asiáticos.
La guerra la desencadenó Rusia en un acto de soberbia geoestratégica que ignoró el derecho internacional y los pactos entre los antiguos países que conformaron la Unión Soviética. Fue un acto irresponsable e ilegal, imposible de justificar, pero sí de explicar. La presión de Estados Unidos y la OTAN hacia las fronteras rusas, y la decisión de cambiar el mapa de seguridad europeo sin contar con la aquiescencia de Moscú acorralaron a Rusia y le dieron la oportunidad que esperaba para ajustar cuentas con un país, Ucrania, que se había convertido en la cuña de Occidente clavada en su flanco sur.
La UE no se fía de una China de "neutralidad prorrusa"
En la cumbre que la OTAN celebró en Madrid en junio del año pasado se designó a Rusia como un enemigo a abatir, pero también se apuntó a China como un desafío y un competidor al que convenía debilitar. Al fin y al cabo, Pekín, aunque defiende la soberanía e integridad de los estados, no ha condenado la invasión rusa de Ucrania, ha denunciado las sanciones internacionales contra Moscú, y ha rechazado el caduco pensamiento de guerra fría manejado por los gobiernos estadounidense y europeos. Desde entonces la política exterior de la UE no ha hecho sino seguir los principios hegemónicos de EEUU en Europa y la región de Asia Pacífico para convertir a China, abanderada de una "neutralidad prorrusa", en un disidente del nuevo paradigma occidental de seguridad internacional.
Ahora la guerra se ha convertido en un pantano del que nadie parece que tiene la capacidad de salir. Ha disparado una carrera de armamento en un momento de máxima debilidad económica internacional en el que sólo los fabricantes de armas, especialmente los estadounidenses, llenan sus arcas, y ha desatado una escalada de precios que pocos están preparados para soportar, salvo que se admita que es precisa una economía de guerra. Lo que vendría a reconocer la realidad: que Occidente está involucrado en la contienda hasta las cejas.
Pero quizá ha llegado el momento de que Washington y Bruselas dejen atrás su antagonismo hacia el rival chino (directo el primero y por obediencia debida el segundo) y consideren una mesa de negociaciones en Ucrania, incluso sin que se declare un inmediato alto el fuego.
La intermediación china, aunque no es imparcial, puede ser clave. En primer lugar, porque Moscú teme un eventual distanciamiento de Pekín. En segundo lugar, porque China, aún siendo una férrea dictadura, posee un creciente prestigio internacional que no tienen ni rusos ni estadounidenses. Tampoco la Europa de los derechos humanos y el liberalismo económico. El belicismo radical europeo en Ucrania recuerda a muchos los oscuros tiempos imperialistas y coloniales.
La negociación de la paz será con Rusia o no será
El plan de paz chino viene a decir que todos han de ceder si se quiere el fin del conflicto
China ha expuesto su plan de paz de 12 puntos que, aunque defiende esa integridad territorial de los países, evita que el acorralamiento de Rusia haga imposible un arreglo político. Negociar es sentarse todos a la mesa del diálogo y no dejar al enemigo fuera de la sala. El plan de paz chino, aunque difuso y sin concreción aún, viene a decir que todos han de ceder si se quiere el fin del conflicto.
"Creo que es una buena oportunidad para conocer de primera mano el documento sobre la paz que hace unas semanas publicó el Gobierno chino", dijo Sánchez en la reciente Cumbre Iberoamericana celebrada en Santo Domingo. El jefe del Gobierno español considera el plan de Xi Jinping como un posicionamiento más que una hoja de ruta hacia la paz.
Una potencia económica imprescindible para remontar la crisis
En este panorama se enmarca el viaje de Sánchez a China, el principal socio de España en Asia y el primer destino de la exportación española en este continente. Un país que ha sufrido una crisis económica muy grave a consecuencia de la pandemia y los daños colaterales derivados de la guerra, como el alza del coste de los combustibles, pero que está manifestando una sorprendente recuperación cuando buena parte de los países del mundo rozan la recesión y sufren una inflación incontrolable.
En estos primeros meses de 2023, la viveza de la economía de China contrasta con la situación en el resto del planeta y podría ser clave para ayudar a remontar la crisis mundial. A guisa de ejemplo, el valor agregado de la producción industrial, un indicador crucial del lado de la oferta, aumentó un 2,4 por ciento interanual ya en los primeros dos meses de 2023.
Y las perspectivas no son buenas para este año en el resto del mundo. No solo el incremento de los costes del gas y el petróleo ha puesto en jaque a la sostenibilidad económica global. La guerra ha impactado en la producción de grano en Ucrania, uno de los graneros del mundo. La sequía a nivel global ha sido la otra puntilla. Los precios del grano no paran de subir y está en juego la alimentación en muchos países, especialmente emergentes y en desarrollo.
El área de cultivo de cereales en Ucrania para 2023 será un 45 por ciento menor que en 2022. Se espera que este retroceso de la superficie cultivada, debido a la guerra, suponga en 2023 una caída de la cosecha en un 37 por ciento respecto al año pasado y un 60 por ciento en comparación con 2021.
China ha combatido contra la sequía a marchas forzadas y ha incrementado su capacidad de producción de grano, pero una mayor subida de los precios a nivel global por la guerra podría dar al traste con este esfuerzo y provocar una crisis de consecuencias incalculables para sus 1.400 millones de habitantes.
De momento, el control de los precios en China al margen de las fluctuaciones internacionales ha permitido alejar el riesgo de la desproporcionada inflación en Estados Unidos y Europa. Pero los casi tres años de medidas radicales y confinamientos en la lucha contra la pandemia de la covid han dejado malparadas a muchas empresas chinas.
Cualquier vaivén inesperado en Ucrania produciría un sismo mundial cuyas ondas alcanzarían a China. Cualquier fluctuación en la producción de arroz y otros cereales en China puede ser catastrófica y abrir las puertas a una inflación imposible de controlar. Y Pekín no quiere nuevas protestas masivas en sus calles que empeñen su crecimiento durante décadas.
Sánchez sondeará a China de parte de la recelosa UE
España presidirá en breve la Unión Europea, de ahí la importancia de la visita del presidente del Gobierno español a China en estos momentos, cuando no se vislumbra ningún sendero de paz hacia el fin de la guerra, pero también cuando Pekín se ha postulado como mediador en unas eventuales conversaciones.
"China es un actor global" y, "evidentemente, su voz debe ser escuchada para ver si entre todos podemos poner fin a la guerra", ha subrayado el presidente del Gobierno español antes de su viaje a Pekín.
La visita de Sánchez se hace en medio de una paradoja. España está alineada con la política de EEUU, la OTAN y la UE de defensa militar a ultranza de Ucrania, a pesar de que la guerra ha maltratado su economía y está dañando los intereses españoles en regiones como Latinoamérica y Asia, donde se reniega del creciente militarismo europeo.
Como el resto de los países occidentales, España se decanta a favor del plan de paz del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, un plan que no tiene ninguna posibilidad de salir adelante, pues arrinconaría al agresor ruso y supondría la derrota de facto de Moscú y la caída de Vladímir Putin, algo que no ocurrirá con una potencia nuclear como es Rusia.
Tratar de vender en Pekín el plan de Zelenski, como se ha dicho que hará Sánchez, es perder el tiempo, dadas las relaciones complejas entre Rusia y China, de mayor peso que los lazos que pueda tener la diplomacia china con la occidental.
Quizá haya llegado el momento de aprender un poco del pragmatismo chino, aunque no huela del todo bien. Siempre será mejor que el hedor de una guerra que se gangrene durante años.
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