Público
Público

Perfil: Pablo Casado La sonrisa de Dorian Gray

"Casado, con esa imagen de yerno perfecto, de joven hiperactivo con un aire de conservadora modernidad, un oxímoron que debía servir al PP para combatir con un toque de flores del bosque los malos olores de su reciente pasado".

Retrato del líder del PP, Pablo Casado, realizado por el ilustrador Thorsten Rienth. – PÚBLICO

Juan Carlos Escudier

Antes de que se dejara barba para parecer más respetable, hubo bastante fijación con la sonrisa de Pablo Casado. No había semblanza del personaje que no destaque ese rictus suyo de Gioconda, de la que, por cierto, se dice ahora que su hipnotizante gesto era más fruto del hipotiroidismo de la modelo que del sfumato de Leonardo. Casado sonríe profusamente, es verdad, y ello se asocia inseparablemente a la telegenia que le ha encumbrado, sin desmerecer el hecho de que haber sido el ojito derecho de Aznar, el izquierdo de Esperanza Aguirre y la voz de Rajoy cuando enmudecía hasta por plasma siempre ayuda bastante.

Ni la sonrisa ni los padrinos le hubieran bastado para ascender al liderazgo del PP de no haberse producido una conjura planetaria similar a la que en su día descubriera en el firmamento progresista Leire Pajín, que siempre creía ver la silueta de Zapatero al unir los puntos de la Osa Mayor. Coincidió de una parte el gatillazo de Feijóo que, después de varios amagos prefirió no mudarse a la meseta, y la urticaria que en más de la mitad del partido despertaba Soraya Sáenz de Santamaría, a la que se acusaba de manejarse siempre en las tinieblas y no dar nunca la cara. Fue así como pudo irrumpir Casado, con esa imagen de yerno perfecto, de joven hiperactivo con un aire de conservadora modernidad, un oxímoron que debía servir al PP para combatir con un toque de flores del bosque los malos olores de su reciente pasado. Fue así como el criado de tantos se hizo señor de todos.

La verdad es que Casado daba bien ante las cámaras y ante una militancia que siempre fue mucho más radical y de derechas que la dirigencia misma. Al paladar exquisito de los más convencidos algunas de sus manifestaciones y muchas de sus barbaridades les resultaban tan placenteras como a los nuevos ricos lo de comer caviar a cucharadas.

"Parecía incluso preparado, aunque más tarde se supiera que, en cuestión de títulos, a algunos les costaba menos conseguirlos que colgarlos de la pared"

El palentino se atrevía con todo: podía llamar imbécil y subnormal a Javier Bardem, denigrar a los familiares de los represaliados por la dictadura, faltar el respeto a los que se ganan la vida trabajando o burlarse de los indignados del 15-M que, según decía, eran los niñatos de una revolución capitalista que protestaban porque no tendrían casa en la sierra como sus padres. Por fin había alguien en el PP que se atrevía a alzar la voz y no bajaba la cabeza cuando le restregaban por la cara los pecados mortales de la corrupción. Es más, sonreía.

El hombre sin complejos parecía incluso preparado, aunque más tarde se supiera que, en cuestión de títulos, a algunos les costaba menos conseguirlos que colgarlos de la pared. Llevó poco descubrir que al heredero le faltaba poso y varios hervores, que la habilidad con los tuits y las redes sociales eran pilares muy endebles para sostener un liderazgo y que no es lo mismo que te quieran las cámaras y la parroquia a que lo haga el electorado. Lo que nadie podía discutirle era su estajanovismo, tal fue la desenfrenada carrera que emprendió por pisar cada rincón del país y sus respectivos charcos, lo que maltrata mucho la laringe y los zapatos de tafilete

Es de justicia reconocer que la situación de partida de Casado era distinta a la de sus antecesores, porque no es lo mismo administrar tu propio huerto sin dar cuentas a nadie que tener que compartirlo con un okupa que dice que viene del centro y con el hijo pródigo que te exige la herencia por anticipado y, no contento con ello, te amenaza con la azada al grito de cobarde, que eso sí que es violencia intrafamiliar.

De todas las opciones posibles, Casado ha elegido la más discutible, la más casposa, quizás aconsejado por ese Saturno a sueldo de las multinacionales que es Aznar, al que Rajoy quiso matar de aburrimiento sin conseguirlo. O, simplemente, porque la cabra tira al monte y el apuesto joven es como Dorian Gray, mucho más antiguo de lo que parecía a simple vista. El caso es que se abría (y se desperdició) una oportunidad única de centrar al partido, de homologarlo a otras fuerzas conservadores europeas que ni van del brazo de la Iglesia ni discuten los derechos civiles, de refundarlo sin el lastre del franquismo y de ese nacionalismo rancio que presta culto a la España imperial.

"Ha optado por blanquear al populismo de la extrema derecha, por reclamar la paternidad de sus disparates y por extender una visión apocalíptica bastante tramposa"

En su lugar, optó por blanquear al populismo de la extrema derecha, por reclamar la paternidad de sus disparates y por extender una visión apocalíptica bastante tramposa que pide la adhesión a la fe verdadera sin dispersar esfuerzos para afrontar el supuesto caos que oscurece los cielos. Cuando Casado afirma que el votante de Vox ya no tiene motivos para no volver al PP lo que está diciendo es que nada diferencia a una casa de la otra y que la suya, como ventaja adicional, tiene más cuartos de baño y encimeras de Silestone. Así vistas, las tres derechas de Colón no eran sino la foto de familia en la clausura de una convención de inmobiliarias.

Agitar el apocalipsis, además, nunca dio buenos resultados. El España se rompe o se rinde, ya fuera ante ETA o ante Puigdemont y su vicario Torra, resultaba en ese momento bastante cansino y falsario. Casado quería ganar el concurso de patriotismo y coronarse como el campeón de la unidad de España. Y para justificar aquello de que el PP había vuelto, un día proponía bajar el salario mínimo, al siguiente contaba una distopía para inmigrantes inspirada en El cuento de la criada, y al otro impartía una lección a las embarazadas sobre lo que llevan dentro. De todo ello le tocó desdecirse a igual velocidad. Casado tenía prisa o estaba muy desesperado, que venía a ser lo mismo

Tras el paso por las urnas ocurrió lo insospechado. Cuando se pensaba que tenía las horas contadas por las sucesivas debacles, logró afianzarse con sus 66 diputados como líder de la oposición, gracias sobre todo a la inestimable ayuda de la mareante veleta naranja, que de bisagra pasó a muleta cuando no a mamporrero, y a una izquierda que se cocía en el jugo de sus insensatas peleas. De esto modo, el gran perdedor subestimado por sus adversarios no sólo salvó los muebles y la vajilla de la abuela sino que, en alianza con la ultraderecha, tan vociferante como ingenua, acumula hoy más poder territorial que antes del cataclismo.

Casado ha aprendido de sus errores, ha convencido al PP de que no hay nadie capaz de hacerle sombra y hasta se ha permitido el lujo de recuperar para esta nueva etapa a algunos de los que purgó en su entrada en la cacharrería a paso de elefante. Se ha propuesto, incluso, pasar por moderado, para lo que le ha bastado con dejar sueltos a sus perros de presa mientras él toma té con pastas y administra sus palabras y, sobre todo, sus silencios.

Con unas encuestas que le sitúan en el entorno de los 100 escaños, la estrategia ha dejado de ser la de competir por el trono de los Reyes Católicos. Ha rescatado el deterioro de la economía como caballo de batalla, bien distinto al de Abascal, y ha sido todo lo prudente que se podía esperar en los pronunciamientos sobre Cataluña tras el fallo por sedición en el Supremo y la escalada de la tensión en las calles. Dejar de exigir machaconamente la aplicación a perpetuidad del artículo 155 o, a mayores, el estado de excepción, como hacen Ciudadanos y Vox, no ha sido un detalle menor, que hubiera dicho su marmóreo antecesor.

Ni siquiera con la exhumación de Franco se ha permitido dar rienda suelta a los instintos de parte de su plebe, más allá de acusar al Gobierno de hacer coincidir el traslado de la momia con la publicación de las cifras de la EPA, que ya es hilar fino, casi tanto como sugerir un contubernio entre Sánchez y Abascal para impulsar a Vox y frenar al PP, la última de las ocurrencias del lanzador de huesos de aceituna que le hace de secretario general.

Delirios aparte, la suma de aciertos propios y despropósitos ajenos permiten a día de hoy al del PP soñar con lo que era impensable hace unos meses, esto es, que la derecha sume lo suficiente como para propulsarle hasta el Gobierno y decidir allí el cambio de colchón más rápido de nuestra reciente historia democrática en lo que a tálamos presidenciales se refiere. A la espera del milagro, Casado mantiene la sonrisa, pero esta vez con motivo.

Nota: Originalmente este perfil fue perpetrado en abril y ha sido actualizado por su autor en los albores de ese día de la marmota en el que repetimos las elecciones generales. A la manera del Gatopardo se han cambiado y añadido cosas para que todo parezca exactamente igual.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias