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La precariedad frustra a los jóvenes, que se refugian en los estudios

Más de 700.000 menores de 35 años se suman en un lustro a los dos millones de estudiantes que ya había mientras el volumen del precario empleo juvenil se estanca y el paro desciende en esos tramos de edad por el desplome demográfico, la emigración y el abandono del mercado laboral en busca de mejores perspectivas.

Un estudiante consulta un libro en la biblioteca. Foto: Pixabay

La precariedad y las escasas oportunidades que les ofrece el mercado laboral están provocando la frustración de los menores de 35 años, entre los que la inactividad lleva meses creciendo mientras vuelven a refugiarse en los estudios a la espera de una mejor coyuntura, según indican los datos de la EPA (Encuesta de Población Activa) y el análisis de flujos de ese mismo estudio del INE (Instituto Nacional de Estadística).

Los datos de esos trabajos demoscópicos dejan pocos espacios para las dudas. Desde el inicio de la recuperación de las variables macroeconómicas entre finales de 2013 y principios de 2014, un periodo en el que la población de entre 16 y 35 años caía en más de 850.000 personas (de 10,28 millones a 9,42), en parte como consecuencia de la migración de jóvenes españoles a otros países, el volumen de ocupación se ha mantenido en niveles similares (de 4,69 a 4,74) mientras el número de parados se reducía la mitad (de 2,5 a 1,25): la mitad de paro con la misma ocupación.

Ese descenso de la tasa y del número de desempleados no se debe a una mejora del empleo, que solo ha existido en términos relativos, sino al constante aumento de los que han pasado a la situación de inactividad, en la que se encuentran 340.000 más (de 3,08 a 3,42 millones) que hace cinco años.

“El paro juvenil está bajando porque también lo está haciendo la mano de obra disponible”, explica David Pac, sociólogo de la universidad de Zaragoza. Efectivamente, la población activa de 16 a 35 años, es decir, los ocupados y los desempleados que buscan trabajo, ha pasado entre finales de 2013 y principios de 2019 de 7,1 millones de personas a 5,99, un desplome similar al que han registrado las listas del Inem en esos tramos de edad y en ese mismo periodo.

Un grupo importante de los que han salido de las listas de paro, o no han llegado a engrosarlas, han optado por refugiarse en los estudios como alternativa a la espera de poder encontrar más adelante un empleo de calidad. “Una parte de los jóvenes se refugia en la formación, y eso hace, junto con el descenso demográfico, que el empleo se mantenga estable mientras el paro baja”, señala Pac.

No son ‘ninis’, buscan mejorar sus expectativas

Tanto el número de jóvenes inactivos como el porcentaje que estos representan sobre el total ha crecido más de seis puntos en cinco años y ya se encuentra por encima del 36% (más de uno de cada tres). La tasa de los que estudian, que ya son 2,75 millones, 703.700 más que hace cinco años y casi 300.000 de ellos mayores de 30, ha crecido a un ritmo superior tanto entre la juventud en general (más de nueve puntos) como sobre los inactivos (casi catorce puntos), en los que ya suponen uno de cada cuatro. Otros 953.300 compaginan estudios y trabajo.

Aunque el grueso de ellos (2,66 millones, el 96.7%) ha dejado de buscar trabajo precisamente para dedicarse a los estudios, no se trata de ‘ninis’, sino personas que apuestan por la formación como vía para mejorar sus expectativas de futuro. De hecho, resulta llamativo el aumento de los estudiantes en los dos tramos superiores de ese espectro: entre los de 25 a 29 años lleva camino de duplicarse, ya que han pasado de 120.500 a 217.500, mientras ya lo ha hecho entre los de 30 a 34, que han crecido de 30.300 a 73.000.

Uno de los principales motivos para tomar ese tipo de decisiones se encuentra en la precariedad que el mercado laboral ofrece a los más jóvenes, con un 95% de contratos basura y sueldos medios por debajo del mileurismo como consecuencia de fenómenos como el troceo del empleo.

Más de la mitad de los que trabajan tienen contratos temporales (1,32 millones de 2,53), más de un millón de ellos de menos de un año, algo más de medio se emplean en trabajos con exigencias inferiores a su formación y más de 680.000 tienen jornadas parciales, por no haber encontrado otra cosa en la mitad de los casos.

Los escuálidos resultados del Plan de Garantía Juvenil

Esta situación pone sobre la mesa el fracaso de programas como el Plan de Garantía Juvenil, lanzado en 2013 por el Gobierno de Mariano Rajoy por recomendación de la UE para mejorar el empleo en los menores de treinta años pero que, sin embargo, seis años después, y principalmente por la complejidad burocrática de su desarrollo, apenas ha tenido efectos visibles.

“La situación laboral de los jóvenes es uno de los principales problemas que deben acometer los poderes públicos tanto por los elevados niveles de desempleo como por la precariedad instalada en el trabajo de los jóvenes”, señalan Pac, Alberto Igal y Juan David Gómez en uno de los capítulos de Jóvenes, trabajo y futuro; perspectivas sobre la Garantía Juvenil en España y Europa, un trabajo de varios expertos universitarios en el que cuestionan que ese programa “haya incorporado medidas creativas e innovadoras. Recurrir a las empresas de inserción, brindar bonificaciones de la seguridad social, incentivar las escuelas taller o apoyar los talleres de empleo no son precisamente medidas novedosas”.

“En realidad y frente al discurso gubernamental, la Garantía Juvenil como muestran los datos, no ha contribuido a favorecer la contratación estable de las personas jóvenes”, anotan María Àngels Cabasés, María Jesús Gómez y Agnès Pardell, que plantean que si cualquier plan para incentivar la ocupación de los jóvenes “no se acompaña de la creación de empleo neto se va a perpetuar un modelo de temporalidad, situando a las personas jóvenes en trayectorias laborales discontinuas”.

“En ningún momento se plantea –concluyen- un cambio de modelo de crecimiento económico basado en el aprovechamiento de las capacidades intelectuales y competencias de las personas jóvenes, junto con políticas de crecimiento económico centradas en una política industrial, en la innovación y la investigación, que sí debería haber conformado el diseño de un nuevo modelo de políticas activas de empleo”.

El núcleo de valores de la modernidad

“En ningún caso, el conjunto de medidas, sirven para crear empleo neto, más bien se favorece el reparto del empleo existente y una rotación de trabajadores en el mercado de trabajo”, añaden.

Miquel Úbeda y José Sánchez, por su parte, llaman la atención sobre algunos de los efectos que la precariedad está teniendo en los planteamientos vitales de los jóvenes. “Las personas jóvenes trazan nuevas formas de entender la ocupación adaptándose a las condiciones impuestas desde instancias políticas y planificando estrategias más discontinuas e inestables”, señalan.

En este sentido, indican que “en el imaginario social la precariedad ha tomado cuerpo, las personas están tomando conciencia de la situación y enfrentan o se resignan a la precariedad como forma de vida”, un cambio de actitud que “en definitiva, profundiza la ruptura con los valores que constituían el núcleo de la modernidad: moral de sacrificio, de trabajo, esfuerzo y ahorro, suponiendo cambios en la cultura del trabajo, en las identidades y en las relaciones sociales”.

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