Borbolandia
Leonor, coleccionista de medallas y ajena a la meritocracia

Periodista y escritora
En un anterior artículo (Las chapitas de Zarzuela) ya destacamos la total ausencia de méritos de las hijas de la ciudadana Ortiz para haber recibido, Leonor, el Collar de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III por haber jurado una Constitución que se la refanfinfla porque le es ajena, y Sofía la Gran Cruz de Isabel la Católica por la indescriptible proeza de haber llegado viva a los 18 años.
Estas distinciones, al fin y al cabo, son bufonadas inventadas por los borbones para repartir condecoraciones y que los gobiernos siguen por inercia saltándose a la torera los decretos que regulan a quién y por qué hay que entregar el galardón.
Es muy grave, sin embargo, cuando esas distinciones interesan al ámbito civil democrático, porque, así de claro, es un insulto a la democracia y una bofetada a cada uno de los españoles que podrían merecerlo que una jovencita sin capacidades demostradas, sin currículum ganado y sin haber prestado un solo servicio a la nación acumule ya en su colección siete medallas de oro: la del Congreso, la del Senado, la de Aragón, la de las Cortes de Aragón, la del Principado de Asturias, la de la Comunidad de Madrid y la de Galicia. Si aún le faltan las del resto de comunidades y ciudades autónomas, no se apuren, es que a la muchacha no le han encontrado hueco en la agenda para acudir a recibirlas. Hay una larga fila de peticiones de comunidades, asambleas y ayuntamientos para imponer medallas a esa chica sin méritos conocidos. Y es que ese es el único objetivo de los responsables políticos que conceden estas medallas de oro: montar un sarao protocolario para asegurarse titulares y fotos, pese a ser conscientes de estar incurriendo en serias irregularidades administrativas.
Nunca pasa nada, porque todos corren un estúpido velo sobre estos actos tan reprochables y tan discriminatorios con la esperanza de que todo siga igual porque todo el mundo hace lo mismo. Pero siempre hay una primera vez.
El pasado 14 de julio, aniversario de la Toma de la Bastilla, que tiene guasa, la ciudadana Leonor, disfrazada de guardiamarina, recibió en Compostela la medalla de oro de la Comunidad Autónoma de Galicia sin que, tal y como exige el reglamento, exista un expediente administrativo que especifique los méritos para semejante distinción. A usted, gallego o gallega de a pie, le mirarían hasta el largo de las uñas de los pies si pretendiera optar a la medalla de oro gallega, comprobarían sus méritos, se debatirían después, se extendería un expediente y, quizás, aprobarían concedérsela. A la señorita Leonor se la han dado por su moño bonito. Sin méritos, sin expediente, sin debate…
Dice la Xunta que no hace falta expediente en este caso porque no se ha propuesto a nadie más. Es decir, que Bob Esponxa también habría sido un buen candidato a la medalla de oro de Galicia ante la ausencia de propuestas para premiar a gallegos o gallegas destacables. Está claro que la Xunta no tiene recursos para detectar a gallegos ilustres y/o ilustrados.
Tranquiliza saber, sin embargo, que entre tanto político y periodista cortesanos –babosos a veces–, hay vigilantes que intentan cuidar de la salud democrática de las instituciones. El diario digital Praza.gal, al amparo de la Ley de Transparencia, solicitó a la Xunta que especificara los requisitos tenidos en cuenta para conceder a Leonor la medalla en cuestión, y puesto que la respuesta ha sido bastante absurda, el Observatorio para a Defensa dos Dereitos e Liberdades, según publicó infoLibre, ha presentado recurso contencioso-administrativo. El Tribunal Superior de Xustiza de Galicia (TSXG) lo ha admitido a trámite y ha pedido a la Xunta el expediente administrativo. Pero pierdan toda esperanza: la alta Xustiza gallega y la Xunta encontrarán los necesarios subterfugios administrativos y legales para dar carpetazo al asunto.
Ni se imaginan cómo desearía comerme mis palabras.
Goretti Sanmartín, alcaldesa de Santiago, declinó la invitación para acudir a la entrega de la medalla a la joven Leonor puesto que es una importantísima distinción que se ha concedido a una “persona que nada meritorio ha aportado a Galicia”. Ole usted, señora Goretti. Lamentablemente, ahí estaba el portavoz socialista en Santiago, Sindo Guinarte, criticando la decisión de la alcaldesa por negarse a participar en el paripé de la medalla. Qué pena, señor Sindo.
La alcaldesa hizo lo que sus votantes esperaban de ella. El portavoz del PSOE hizo lo contrario de lo que esperaban los suyos. Por eso muchos se han ido de sus filas. Si usted cree que por hacer cosas de monárquicos de derechas va a arañar algún voto de los monárquicos de derechas, ya habrá comprobado que las cuentas no salen. Guinarte, que seguramente eligió su mejor traje para asistir al besamanos posterior, si es que lo hubo, no calculó que estaba asistiendo a la concesión de una medalla inmerecida y administrativamente reprochable.
Y es que en el palacio de la Zarzuela hay una palabra tabú: meritocracia. A quien la pronuncie lo encierran en las mazmorras del sótano, y la llave la guarda Letizia. En un país donde imperara la meritocracia se esperaría que los puestos de responsabilidad se adjudicaran en función de los méritos personales y profesionales, y las recompensas se darían de acuerdo al talento, la capacidad y el esfuerzo individual. Sin embargo, nadie hay en este país que, objetivamente, pueda demostrar los méritos, el talento, los esfuerzos y las capacidades de los borbones. La señora Ortiz, eso hay que reconocerlo, al menos tuvo que sacar la carrera de Ciencias de la Información, una de las más fáciles del mundo, también hay que reconocerlo.
Los logros profesionales de Leonor se han hecho a su medida. Ya hemos visto que las medallas de oro se las dan al tuntún, las condecoraciones de reales órdenes de caballería, porque sí, pero a todo ello hay que añadir que los logros profesionales se hacen a su medida; los consigue por Real Decreto y salen publicados en el BOE.
Empecemos por el Real Decreto 173/2023, de 14 de marzo, por el que se regula la formación y carrera militar de la privilegiada Leonor. Sin haber movido un dedo y sin despeinarse, sin necesidad de pruebas de acceso y sin correr el más mínimo riesgo de suspender, ya le fueron concedidos cargos y ascensos. Pero previo a este Real Decreto hubo que publicar algún otro en el que se recogía el derecho de Leonor a saltarse otros muchos reales decretos que regulan el ingreso y promoción en las Fuerzas Armadas de los humanos sin privilegios. No desesperen. Esto es así de lioso para aburrirnos y que pasemos de ellos, pero tiene hasta su gracia.
Entre esos decretos hay uno que dice que la selección de alumnos para poder ingresar “se hará de acuerdo con los principios de igualdad, mérito y capacidad”. Aquí ya va suspendida Leonor, porque no cumple con nada. Y es que hay que seleccionar muy bien quién entra, si hay o no que promocionarlo y vigilar su formación, porque estamos hablando de una profesión donde se usan armas, y ya se ha demostrado que los borbones son muy peligrosos con un arma en la mano. Juan Carlos se cargó a su hermano por hacer el tonto con su pistola en un permiso del cursillo militar que estaba recibiendo. No quiero imaginar una cadena de desgracias en los borbones que altere la línea de sucesión y que le tocara reinar al cuarto de la fila, a Froilán. Que se aparte Federica.
Como los borbones se saltan toda la normativa, hay que hacer decretos específicos para ellos, como ese 173/2023, donde dice en su artículo segundo que la formación militar y la concesión de empleos eventuales de Leonor lo van a espabilar en tres años. Bueno… no en tres años completos… en tres cursos de unos pocos meses cada uno.
Leonor, después de unos mesecillos en Zaragoza salió de allí como alférez; este año, cuando terminó de darse una vuelta por el mundo, ya era guardiamarina, y en estos momentos anda haciendo un cursillo sencillito, resumen del cuarto curso, en la Academia General del Aire. En 2026 habrá terminado todos sus estudios militares y, resumiendo, tendrá los empleos de teniente del Cuerpo General del Ejército de Tierra, alférez de Navío del Cuerpo General de la Armada y teniente del Cuerpo General del Ejército del Aire y del Espacio
Que va a ser hasta astronauta por decreto. Qué tía...
Y luego ya, un poquito más adelante, cuando se muera su padre o dimita porque le pillen en alguna, pasará a ser capitana general de todas las fuerzas armadas. Los jefes de Estado de otros países (Francia, Alemania, EEUU…) también son jefes de los ejércitos de su país, pero no van por ahí disfrazados de militares con un montón de chapitas en el pecho, como hace Felipe VI, y como podría hacer cuando quisiera Juan Carlos, ese play boy caradura a quien nadie ha degradado de sus cargos militares y que sigue siendo capitán general en la reserva pese a su traición a la patria y su escasa moral.
Cada cargo que consigue Leonor, cada entrada y salida de la Academia de Zaragoza, de Marín, de San Javier… todo… tiene que ser por decreto puesto que no cumple con ninguna normativa. Dama cadete por decreto, alférez por decreto, guardiamarina por decreto… y así discurrirá la inercia. Margarita Robles pasándole al Consejo de Ministros decretos para que los firmen, el Consejo de Ministros haciendo como que delibera antes de firmarlos, para luego llevárselo al señor Felipe, que dedica un ratito por las mañanas para firmar poniendo eso de Felipe Rey en todos los decretos que le pasan.
Damos por hecho que firma con especial ilusión los de sus niñas. Cuando un padre plebeyo español medio ve los esfuerzos de su hija en los estudios, sus malos ratos porque no le sale tal cosa o no entiende tal otra, los nervios en los exámenes, el sufrimiento esperando las notas… imagino que cuando llegan los éxitos, ese padre se debe sentir muy orgulloso.
Me pregunto qué sentirá Felipe sabiendo que su hija consigue todo por decretos que él mismo firma.
Todos los gobiernos, hasta los republicanos de boquilla, también gustan de aprobar en Consejo de Ministros el reparto alocado de distinciones. En diciembre de 2021, el Gobierno de Pedro Sánchez aprobó condecorar a 23 exministros con la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III. Desde Máximo Huerta, que fue ministro un rato, hasta al ultraderechista Alberto Ruiz Gallardón (¿por qué? ¿por haber querido anular la ley del aborto?). Ni siquiera el gurú Pablo Iglesias encontró las palabras para rechazar esta absurda condecoración… ni después han sabido cómo esquivarla las mismísimas Irene Montero e Ione Belarra. ¿Cuándo oiremos la voz de un ministro o ministra coherente rechazar amablemente distinción tan casposa? El argumento sería muy simple: “No, gracias. Estamos en el siglo XXI y, salvo el trabajo que me fue encomendado como servidor público y que espero haber cumplido honestamente, no he realizado servicios eminentes y extraordinarios a la nación”. Fácil, ¿no?
Tampoco estaría de más que los que reciben la condecoración de forma inmerecida se informaran de su origen añejo el 19 de septiembre de 1771, y de cómo se ha desvirtuado su concesión en los últimos años por repartir grandes cruces como el que reparte chuches.
Si no he contado mal, en 2017 se concedió una gran cruz; en 2018, trece; en 2019, una; en 2020, ninguna… aunque Ayuso habría propuesto gustosa dársela al coronavirus por su extraordinario servicio en las residencias. En 2021, ¡24! En 2022, una; en 2023, otra; en 2024, 16; y en lo que llevamos de 2025 ya se han concedido dos.
Piensen en cualquier ministro de cualquier gobierno de los últimos 20 años. El ochenta por ciento de ellos tiene la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. Se acaba antes contando quién no la tiene.
¿Nos gusta a la masa plebeya ver cómo un gobierno progresista sigue la estela rancia de conceder y autoconcederse condecoraciones a cascoporro que huelen a naftalina? Pues a la mayoría no le importa, porque no se entera. A mí me revienta a veces y otras me entristece.
La Real Orden de Carlos III se creó con el lema latino Virtuti et merito bajo el patrocinio de la Inmaculada Concepción (ya vamos mal). Como su propio nombre indica, la creó el borbón Carlos III, rey del postureo, porque estaba loco de contento aquel 19 de septiembre.
Nació su nieto, el sucesor de su sucesor; el muchachillo que aseguraría la continuidad de la corona. Cinco o seis años llevaba esperando ese nieto, porque veía que la sociedad Borbonia S.L. corría riesgo de desestabilizarse. Carlos III tenía sudores fríos porque su hijo, su heredero, el lerdo del príncipe de Asturias, el que luego sería Carlos IV, no atinaba. El escritor Blanco White lo definió como “un divino tonto”.
Por fin aquel 19 de septiembre de 1771 los príncipes Carlos y María Luisa de Parma vieron llegar a su primer hijo, y Carlos III a su primer nieto. Tan emocionado estaba el rey que dijo… “tengo que fundar algo…, lo que sea… para que este día y este nacimiento del heredero del heredero perdure en la memoria de la gloriosa historia de España”. Y creó la Real Orden de Carlos III para premiar, fundamentalmente, dos cosas: ser benemérito y afecto a su majestad.
Yo no valgo. Benemérita no creo serlo, y afecta, segurísimo que no.
Se trataba de distinguir como miembros de la Orden a hombres (las mujeres solo la reciben desde la democracia) de reconocida virtud y reconocidos méritos. El dictador Franco y su heredero el defraudador exrey Juan Carlos I han sido grandes maestres de la Orden, y, por no dejar de decirlo, el delincuente Rodrigo Rato tiene la Gran Cruz. Desconozco si, como ordena el reglamento, ya ha sido desposeído de ella.
Durante la República, esta chorrada de entregar collares, encomiendas y cruces de la Real Orden de Carlos III se suspendió, pero Franco recuperó la costumbre y se nombró a sí mismo jefazo de la orden cuando el cargo solo estaba reservado a los reyes. Con un par. Bueno… con un par, no. Con el que le quedaba.
Aquel primer nieto que embargó de tanta alegría a Carlos III se llamó Carlitos Clemente Antonio de Padua Genaro Pascual José Francisco de Asís Francisco de Paula Luis Vicente Ferrer y Rafael de Borbón, pero no se encariñen con el crío, porque su nombre fue más largo que su vida. Se murió a los tres añitos. Qué disgusto. Tanto follón con la orden y se te muere el homenajeado.
La buena noticia es que al menos se rompió la mala racha, porque a partir de ese nacimiento le empezaron a llegar a Carlos III nietos a espuertas.
La pareja cogió carrerilla y ya no paró. 24 embarazos en total, 14 de los cuales llegaron a término, aunque sólo siete churumbeles prosperaron hasta llegar a adultos. La mala noticia es que entre los supervivientes estuvo Fernandito, ceporro desde pequeñito, y ya de mayor un mastuerzo que acabó siendo Fernando VII.
Los miembros de la Orden de Carlos III debían de ser nobles. Los plebeyos, ni en broma, aunque fueran beneméritos y afectos a su majestad. Los aristócratas aspirantes tenían que presentar un expediente de pruebas de su buena vida y costumbres, acreditar su limpieza de sangre hasta sus bisabuelos (ni judíos ni moriscos) y nobleza de sangre en su línea paterna.
Pero hoy… ¿qué premia exactamente hoy? La mayoría de las grandes cruces han recaído en ministros, presidentes y presidentas del Senado y del Congreso, vicepresidentes, vicepresidentas, secretarios de Estado, presidentes de los altos tribunales… políticos o jueces que han recibido un premio por hacer lo que tenían que hacer: trabajar. Es como si a un fontanero le dieran la Gran Cruz de Carlos III por saber arreglar un grifo. Más que un premio por saber arreglarlo habría que darle una colleja si no supiera.
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