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La comedia de la semana flojea frente a 'Frozen River' y 'Agallas'

Cine independiente 'made in EEUU' contra los cerebros de 'Sexo en Nueva York' es lo que se encontrarán Carmelo Gómez y Hugo Silva en la batalla por las butacas

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FROZEN RIVER, por Eulàlia Iglesias

Fue la única película estadounidense a competición en el último Festival de San Sebastián. Toda una declaración de principios a favor de un cine independiente norteamericano que todavía cree en lo que significa esta etiqueta. Rodada por una debutante de 44 años, Courtney Hunt, que cambió la toga de abogada especializada en derechos civiles por una cámara, ‘Frozen River' sigue la estela de ese estilo de cine forjado por John Sayles para trazar un ‘thriller' con un claro contenido social que, sin embargo, no quiere pesar más de lo necesario. Como también es habitual en las películas del director de ‘Lone Star' (1996), Hunt delimita una geografía muy concreta en la que resuenan los ecos de una Historia norteamericana semiolvidada. En este caso, la frontera entre el estado estadounidense de Nueva York y el Quebec canadiense, donde se sitúa una importante reserva mohawk.

Aquí vive Ray (Mellisa Leo), una mujer blanca a quien su marido indio acaba de abandonar llevándose los ahorros para pagar una nueva casa. Ahogada por las deudas, Ray acaba aliándose con Lila (misty upham), una mohawk que se dedica a pasar inmigrantes ilegales de Canadá a Estados Unidos a través del río helado del título. Ambas mujeres, en principio sólo unidas por la desesperación, acaban trabando también una amistad.

Muchos asuntos de interés social apunta ‘Frozen River': las mujeres que cuidan solas de sus hijos, la (no) conciliación de vida familiar y la laboral, el tráfico de personas, la situación de los indios norteamericanos y sus formas de organización autónoma e incluso la precariedad de la vivienda... Pero, afortunadamente, esta no es una película de tema. A Hunt le interesa sobre todo el dibujo de unos personajes que desprenden personalidad más allá de sus circunstancias sociales, a lo que ayudan mucho las espléndidas interpretaciones de las dos protagonistas, Melissa Leo (nominada al Oscar a mejor actriz el año pasado) y Misty Upham.

La película atrapa al espectador gracias a la tensión provocada por la estructura de un ‘thriller' en clave femenina. Aquí no interesa la acción, ni el misterio, ni hacerse rico o rebelarse contra la sociedad como en las películas habituales del género. Estas dos mujeres devienen criminales simplemente porque son madres demasiado pobres, lo que también acaba acercándolas por encima de las primeras barreras étnicas. La pobreza, ya se sabe, no entiende de fronteras. Convertida en una historia de amistad, ‘Frozen River' hace amagos por momentos de convertirse en una ‘Thelma y Louise' menos ‘glamourosa' y más realista. A punto está la película de escapársele de las manos a la directora en ese momento en que le gustan tanto sus propias protagonistas que se lo juega todo para que el filme derive hacia un casi final feliz.

DOS ACTRICES GRANDES

Melissa Leo ya había llamado la atención en los elencos de dos películas escritas por Guillermo Arriaga, '21 gramos' (2003), de Alejandro González Iñárritu, y ‘Los tres entierros de Melquiades Estrada' (2005), de Tommy Lee Jones. Por ‘Frozen River' ha acumulado premios, como la Concha de Plata del Festival de Cine de San Sebastián. Misty Upham intenta desarrollar una carrera más allá de los pequeños papeles estereotipados que el cine reserva a las indias norteamericanas. 

QUÉ LES PASA A LOS HOMBRES, por Rubén Romero 

Estamos completamente de acuerdo en que a los hombres les pasa algo, especialmente al director Ken Kwapis y sus guionistas (ambos provenientes de ‘Sexo en Nueva York'): no puede ser que su imagen de la mujer del siglo XXI sea la de una oligofrénica histérica incapaz de sobrevivir si no es del bracito de un machote cuanto más capullo mejor. Lenta, aburrida y larguísima (¡129 minutos!) es una nueva muestra de la perniciosa influencia que el 'chick lit' o literatura para chicas, ese sucedáneo de folletín y catálogo de compras, tiene en nuestro tiempo y en los roles sociales que adoptan los distintos sexos. La película empieza con la narradora (Ginnifer Goodwin) en un parque, en la época en la que todavía llevaba leotardos y coletas. Cinco minutos después, la vemos crecidita, pero sus preocupaciones existenciales son las mismas: '¿Los que se pelean se desean?'. Si necesitan una respuesta a esta metafísica pregunta, este es su filme.  

ESTRELLAS

Jennifer Connelly, Jennifer Aniston, Scarlett Johansson, Ben Affleck... la nómina de estrellas a las que Drew Barrymore (productora) ha conseguido embaucar para este proyecto es apabullante. Ninguno es capaz de salvar de la mediocridad a un guión que surge a raíz de una expresión (el título original ‘He is not that into you'), que hizo fortuna tras su aparición en un capítulo de Sexo en Nueva York. O sea, como el ‘condemor‘de Chiquito, pero en plan Prada.

HAZME REÍR, por R.R

Ya se sabe lo que dicen los cómicos: “Nada hay más difícil que hacer reír”. Probablemente sea verdad, pero tampoco se puede negar que nada hay más fácil que hacer llorar hablando de la miserable vida del que se dedica a hacer reír. El mito del payaso triste –de ‘Candilejas’ con Charles Chaplin (1952), a Dustin Hoffman en ‘Lenny’ (Bob Fosse, 1974) e incluso Jim Carrey en la infravalorada ‘Man on the Moon’ (Milos Forman, 1999)– así lo demuestran. De hecho, el personaje de Adam Sandler, un cómico enfermo terminal, recuerda bastante a la biografía real de Andy Kaufman, a quien encarnara Carrey en esta última. Sin embargo, Judd Apatow se muestra incapaz de sacarle todo el jugo emocional a semejante bicoca, en lo que se antoja como el canto del cisne del destinado a convertirse en el rey de la comedia yanqui del siglo XXI.

Su irrupción en 2005 con ‘Virgen a los 40’ fue fascinante; su evolución con ‘Lío embarazoso’ y ‘Hazme reír’, decepcionante. El mismo aliento que mueve al director (y también productor, recuerden, de ‘Supersalidos, por ejemplo) a filmar ‘Hazme reír’ (su salto a la madurez y respetabilidad) debería resultar detestable para cualquiera que crea en el poder subversivo del humor.

Gran parte de su naufragio pasa por el cambio de registro en la elección y tratamiento de personajes. Hasta ahora, el cine de Apatow era el de la gente (más o menos) corriente: frikis del ordenador, dependientes de tiendas de electrodomésticos… En su nueva vida, sólo hay espacio para los aviones privados y fiestas súper molonguis con geniecillos de Internet. Ni rastro de los sórdidos camerinos, de los viajes a ninguna parte, del hambre y la lucha por el éxito del comediante. A ratos, la única razón que parece guiar al filme es el desfile de ‘celebrities’ (amigos de Apatow, suponemos) y la igualmente anodina pasarela de camisetas ‘vintage’ de los insoportables aspirantes a cómicos (Jonah Hill, Jason Schwartzman, Seth Rogen).

Añádanle a todo esto una incomprensible historia de amor marca de la casa metida con el calzador que debe usar Marc Gasol, una duración inexplicable para una comedia (dos horas y media, ¿se habrá creído Apatow que es Billy Wilder?), y los cansinos chistes sobre judíos que ya no hacen gracia ni cuando los cuenta Woody Allen , y tendrán un pastiche que ni hace reír ni hace llorar: sólo provoca ruido de fondo. Porque en el cine de Apatow, bien lo sabemos, la imagen es lo de menos: todo pasa por una sobredosis de oralidad prácticamente radiofónica. Recurso en el que siempre se está en el alambre a no ser que uno cuente con un protagonista como Groucho Marx, algo que de momento, y mientras no me demuestren lo contrario, parece bastante complicado. Sinceramente, hasta Paquirrín hace más gracia. 

CAMEOS

Debe ser la última tendencia en muñecos rotos: que hagan cameos en supuestas comedias. Después de Mike Tyson y su poco eurítmica interpretación de Phil Collins en ‘Resacón en Las Vegas', ahora llega el turno de Eminem en ‘Hazme reír'. De lo poco gracioso del filme, la verdad. Al que menos gracia le ha hecho de todos es a Universal, la productora. Gran parte de sus esperanzas para el año estaban puestas en ‘Hazme reír' que, a pesar de las buenas críticas, se ha descalabrado en taquilla con todo el equipo. 

AGALLAS, por Gonzalo de Pedro

Dos experimentados realizadores de televisión se lanzan a dirigir su primera película y, quizás cansados de las mafias que pueblan su día a día en los platós y las productoras, eligen otras menos cercanas: las del narcotráfico en las rías gallegas. Aunque esta elección no deja de ser casi coyuntural, porque los directores no muestran especial interés (dicho sin acritud) en retratar el funcionamiento, los mecanismos ni la implantación de la mafia de la droga entre las bateas de mejillones, sino más bien en construir una historia de ambiciones, tiros por la espalda y giros sorpresivos en un mundo en el que nadie es quien dice serlo y donde cualquiera puede apuñalar a cualquiera por conseguir una maleta repleta de billetes de 500. Sin pretensiones documentales ni sociopolíticas, Martín y Luque combinan género negro y comedia, y a años luz del acercamiento riguroso de Enrique Urbizu, terminan rozando la (auto) parodia. 

SERVIDUMBRE

El reparto hay que leerlo en términos comerciales, y no artísticos, como si fuera una fórmula matemática: Carmelo Gómez (actor de prestigio) más Hugo Silva (actor televisivo) igual a éxito comercial asegurado en amplios nichos de mercado (funesta expresión muy apropiada para esta película). Lástima que la combinación no resulte todo lo satisfactoria posible y las servidumbres comerciales deriven en unas actuaciones francamente pasadas de rosca.

 

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